Ya no te necesito, aguanto en el espanto, en el no sentir tu aliento, el olor dulce de tu canto.
Estás lejos de mi, arderosa, ¡tu, mi vida!, ignorando que mi vida ya no es mía, y contemplo desde fuera tu linda victoria pírrica; y me río y me río de tu conquista, ¡mi pacto homicida!.
Preexisto como tormenta de divino cáliz, muy por encima de ti, donde soy una gota solitaria, que cae y cae, envuelto entre una muchedumbre de fenómenos clónicos.
Momentáneamente, todos mis pantanos eran dorados, mi riqueza se degustaba salada; de colores, rojos apaches, blancos sin lejía; ¡sólidamente inmensos! Me faltó la nada, la pureza como ser.
Ahora desde aquí siento lo divino, soy Dios de cada gota de mi tormenta, porque soy gota y soy creador de mi mismo ser.
Y soy luz ¡procedo de un espectro de diamantes! y no soy la luz oscura y dispersa de vuestro Dios, ese sol gordo, hinchado de desidia, a quien no veis que ¡se está quemando!.
Mi haz de luz puede ser mortal y fulminante porque vuestro mundo está hecho de espejos, tan solo necesito apuntar y esperar mandarme ¡el apuntar bien!, inclinando mi bastón hacía acá, apoyándolo como base y eje en mis pies, encarándolo a la inminente y alta proyección de mi creación a la que amo tanto, y disparar.
¿Me preguntas que más soy? Soy Dios de todo lo que conoces y desconoces, soy Dios de todo lo que conozco y desconozco ¿Por qué? Porque si, esa es mi voluntad.