Hoy en día es difícil pensar un país sin pensar en todos los países del mundo. Es el efecto de la globalización o, mejor dicho, una de las consecuencias de que el mundo esté interconectado por las revoluciones de la comunicación como la televisión, el avión o internet.
En la actualidad, y siempre, es imposible pensar la política sin pensar en dominar[1]. Es decir, un poder político, que ya no se identifica con un país, sino con un conjunto, como la OTAN, debe garantizar, previo reconocimiento de su legitimidad, ser el más fuerte, el Leviatán, y con diferencia. De lo contrario, no puede garantizar la seguridad y la paz de sus habitantes, lo cual sería faltar a su obligación primordial.
También, y ya en la segunda década del siglo XXI, parece ridículo creer que este dominio supremo lo ejerza una cúpula de líderes públicos. El poder de algunas empresas, aunque sin ejército ni territorio soberano, suele ser suficiente como para influir en decisiones políticas de gran trascendencia.
Lo que sí cuesta mucho pensar, por el hecho de estar nosotros sumergidos en ello, es que todo lo anterior configura el mundo occidental, tradicionalmente judeo-cristiano, culturalmente europeo, políticamente democrático liberal. Creemos que el mundo es esto y sólo esto pero nos equivocamos… hay otros mundos como por ejemplo el que conforma el conjunto de países islámicos. Son otra cultura, otros territorios, otra forma de entender y relacionarse con el mundo.
A causa de que el mundo occidental se siente el rey del mundo ocurren cosas como la guerra de Irak o Afganistán. Es totalmente lógico, pero profundamente injusto, querer someter al mundo islámico evitando así su desarrollo armamentístico. Y esto por el motivo que comentábamos: el mundo occidental debe garantizar su primacía, de lo contrario acecharía en el futuro próximo un poder que podría poner en peligro a los individuos occidentales (y sus bienes). Soy consciente de que todo esto es muy fuerte pero lamentablemente explica la eterna continua expansión de los poderes. No puede concebirse, siendo realistas, un poder supremo que se contentara con lo que tiene sabiendo que su poder pudiese expandirse y, a la vez, asegurarse.
A día de hoy, el conflicto intercultural (o intermundial, pues se da entre diferentes mundos), en mi opinión, surge de la dificultad para acercar las visiones entre el mundo occidental y el mundo islámico[2]. Incluso con “buena voluntad”[3], el esfuerzo que supone comprender al otro mundo es uno de los caminos más angostos que la humanidad haya vivido.
Política y religión
Sabemos que el mundo islámico está gobernado tanto por leyes civiles como por leyes religiosas. De hecho, está castigado con la muerte el hablar irrespetuosamente de Dios y su profeta. Nada que ver con occidente donde el cristianismo, y otras opciones religiosas, pueden ser objeto de mofa hasta el punto de que hemos dejado de ser cristianos para pasar a ser un mundo ateo. Occidente ha perdido gran parte de su espiritualidad y ello le ha llevado a pagar un alto precio como es su terrible crisis de valores (y que Nietzsche fue el primero en advertir). Sería precipitado decir que entonces los occidentales vivimos sin valores pero eso es imposible. Sin embargo, sí hemos perdido pilares éticos que facilitaban el éxito de una vida moral, como es el propio respeto reverente por los mismos valores. Así pues, a la espera de una revolución espiritual, la crisis ha facilitado y facilita el dominio moral de valores como el relativismo, el individualismo y el materialismo que afectan a la mayoría de la población, y ello en detrimento de otros valores. No obstante, y aquí podría abrirse un debate de gran tradición filosófica, esto parece que ha ocurrido gracias a que la libertad y la razón se han acentuado.[4]
Por parte del mundo islámico ocurre algo muy diferente y es que ellos mantienen la mayoría de los valores que nosotros hemos perdido. No sufren ninguna crisis de valores pues todavía la libertad y la razón se hallan confundidas en la fe (y debilitadas por ella). Por ello, el tipo de crisis que están sufriendo tiene que ver con la forma de fundamentar, racionalizar y hacer efectivo en la población la adopción de los valores “oficiales”[5].
En el mundo islámico ocurre algo muy preocupante y es que se identifica la patria con la religión musulmana, es decir, no se separa política de religión. Es más, casi nada se separa de la religión[6]. Así, los musulmanes tienen un estilo muy propio a la hora de entablar relaciones y/o reaccionar a los movimientos políticos de los occidentales. Estilo que nosotros juzgamos apasionadamente como radical ignorando sin embargo en qué sistema de convicciones se basa, por qué y para qué.
Los miembros del mundo islámico sienten que cuando los occidentales intentan controlar el poder militar de una nación musulmana (como en Irán) o tienen intereses político-económicos (como en Pakistán o Irak), entonces, en vez de sólo sentir su país atacado, sienten que también su Dios está siendo puesto en peligro. Y ello por lo dicho anteriormente, y es que identifican nación con religión.
En consecuencia, los países musulmanes no comprenden que el mundo occidental no tiene ningún problema con su religión, que “sólo” quiere, aunque lo tergiverse diciendo que quiere otras cosas[7], la primacía militar, el control de recursos y/o incrementar el PIB ante crisis económicas venideras o presentes.
Espíritu crítico VS dogmatismo
Por otra parte, los miembros del mundo islámico se sienten ofendidos cuando nosotros, que interiorizamos desde Descartes la duda metódica, criticamos y ponemos en duda cualquier cosa que pueda ser verbalizada, esto es, descrita mediante lenguaje. Y digo cualquier cosa, incluida la propia religión musulmana. Y esto lo hacemos también en clave de humor, inocente u hostilmente, faltando al respeto y desfigurando la realidad en aras de los gustos de la mayor cantidad de consumidores.
Tanto este sentimiento de profunda ofensa, como el complejo y extenso dogmatismo que supone, y el intenso sentimiento de pertenencia que hace que se tomen como personal algo transpersonal, es algo que yo mismo me esfuerzo en comprender pues para mí está más que evidentemente justificado que cuando se utiliza el lenguaje para hablar de algo, sea lo que sea, uno se arriesga a equivocarse por lo que será sano mantener una actitud, por un lado, abierta a la revisión crítica de lo pensado y, por otro lado, resistente a todo tipo de falacias, como la inevitable ad verecundiam. Y es que el lenguaje, y la mente humana en general, suponen los mil y un riesgos a la hora de pretender decir con seguridad cómo es el mundo. Y sobretodo, en el caso de lo supermundano, cuando de unos principios teológicos y morales se deriva una superestructura de “verdades” que se aprenden como dogmas, como fueron los sistemas juridicorreligiosos elaborados durante el califato abbasí, cuando, por el contrario, están bajo el alcance de la falibilidad humana. Esto, que también ocurre en el resto de religiones, es especialmente un problema cuando se identifica religión con nación de una forma tan íntima, pues relaciones diplomáticas entre naciones implica relaciones diplomáticas entre religiones o cosmologías, es decir, entre convicciones mucho más rígidas, casi inamovibles. Además, esto no sólo lastima a la actividad política sino que también a la religiosa. Es decir, cuando la espiritualidad o el sentimiento religioso se politiza y se institucionaliza, la derivación de “verdades”, a partir de estos pocos principios verdaderamente profundos y veraces, restringe y censura el pensamiento teológico libre y racional, y que Europa experimentó, irónicamente, con el luteranismo o el calvinismo. Una disidencia similar, en el mundo islámico, o bien está oculta a nuestros ojos o bien es tabú. No obstante debo autocriticarme pues esto no es del todo cierto. Así pues, sobre esto último, quédese el lector con la idea de que institucionalizando lo espiritual se resta libertad a su variabilidad de formas.
Por lo tanto, careciendo de una actitud epistemológica crítica, base para la democracia deliberativa, base que el mundo islámico no parece querer asumir, se dificulta que valores fundamentales como la razón y la libertad entren en juego en ciertos diálogos no necesariamente religiosos. De hecho, el mundo musulmán llega a pensar que no pueden asumir entrar en ciertos debates porque perderían su identidad actual. Dicho de otra forma, la sacralización de la política supone un contratiempo para según qué discusiones. Es el amor a la tradición, sustentado solamente por el odio al enemigo, al conquistador ilegítimo, y el orgullo de su propia espiritualidad, lo que parece impedir el cambio de las condiciones que empezarían a posibilitar el diálogo y la negociación entre ambos mundos. Y es que para que haya negociación se debe estar dispuesto a ceder, tanto por un lado como por el otro, pero esto, a día de hoy, parece ser el sueño de un inquieto y rebelde adolescente idealista. Ambos mundos, uno más que otro, están lejos de presentarse en un diálogo entre agentes iguales, libres y racionales (¡y no porque no los hayan en ambos bandos!).
Ya es demasiado tarde para que cada mundo gobierne separadamente del otro. Estamos completamente fundidos. Estamos relacionándonos continuamente; la mayoría de veces felizmente y en paz. Y el hecho de que los musulmanes estén integrados en nuestro mundo y nosotros no en ellos me hace intuir que toda esta historia tendrá un final feliz para ambos. Ya veremos qué ocurrirá.
[1] Y estoy pensando en Hobbes cuando concibe el contrato social como una forma de anticiparse al estado de naturaleza donde todos los hombres están en disputa entre sí. Así pues, Hobbes habla de dominio en términos de poder supremo: “Dominar, por fuerza o astucia, a tantos hombres como pueda hasta el punto de no ver otro poder lo bastante grande como para ponerle en peligro”.
[2] El mundo Latinoamericano sería otro. Yo me centraré en la principal oposición.
[3] Lo de “buena voluntad” lo pongo en entrecomillado porque las continuas incursiones militares del mundo occidental en territorio del mundo musulmán no hacen sino provocar y agitar los nervios de estos últimos. Desde el esquema conceptual de Rousseau, Occidente hace mal al quererse imponer por la fuerza (sin derecho) sabiendo que jamás obtendrá obediencia por deber. A no ser que entendamos que occidente tiene alguna estrategia para introducirse políticamente desde dentro (p.e. escogiendo a determinados líderes), temo que cuanto más tiempo hagan uso de la fuerza, y obligando a obedecer, más crispada será la situación. Pero parece una situación inevitable dado que una relación de subyugación entre diferentes mundos siempre implicará problemas de legitimidad.
[4] En mi opinión, para que la razón y el conocimiento se desarrollen es necesaria una etapa de exceso de libertad, es decir, de libertinaje. Poniéndome quizá un tanto esotérico, confío que con el tiempo este daño colateral (e inevitable) del desarrollo de la razón y el conocimiento sea resuelto por el lógico transcurso del desarrollo espiritual de la humanidad.
[5] Por supuesto, el mal acecha al mundo islámico como en cualquier sitio y en cualquier época. La corrupción, así como manipulación mental de la población a base de mantener niveles educativos y culturales bajos, conlleva grandes contradicciones entre lo que la religión musulmana enseña y la práctica real de sus ciudadanos.
[6] Cabe recordar que Occidente también se identificó profundamente con el cristianismo
[7] Lamento que nos engañen nuestros propios gobiernos diciendo que los conflictos armados se justifican, por ejemplo, con el fin de liberar a un país de la miseria. ¡Somalia sí que necesitaría ayuda internacional! ¿¡Y dónde están las ayudas?!