Ego y budismo: la mano derecha y la mano izquierda

Magistral explicación en un minuto del Ego y su sistema mental reaccionario por uno de los grandes maestros Budistas comtemporáneos: Thich Nhat Hanh

Siguiendo con la metáfora de las manos, hace años escribí lo siguiente:

Vértigo siento si atisbo lo más allá de lo humano, el mismo aturdimiento que una hormiga sentiría si en algún momento tan solo intuyera las dimensiones de nuestro mundo. Socavar en nuestro mundo me cansa y despegar de él solo me ensorbece, al final siempre igual, riéndome sólo, sentado, entre el fuego cruzado de dos reinos celestiales, contemplando inflexo mi instante y mi neura.

Decido prestarme un poco de atención y me fijo en mis manos, ellas están escribiendo esto, están haciendo que esto sea posible. La verdad es que hace mucho frío, olvidaba que tengo cuerpo, había desatendido mis manos. Están sufriendo por mi. Mi cuerpo esta sufriendo y eso me afecta considerablemente.

Tengo frío, mucho frío en las manos, mis manos. Sin embargo ellas se desafían y luchan, ellas escriben lo que pienso, son estrategas, ellas sabrán. ¿Querrán entrar en calor? Pero.. ¡sólo una escribe! La otra parece que se sacrifica. Pero no, de inmediato piden apoyo a la centralita de mi cuerpo e inconscientemente impulsa a mi voluntad a querer algo. Me hago un cigarrillo. Enseguida lo lío.

Retomo la escritura con el pitillo en la otra mano, todo casi como hace un momento, no obstante las dos manos sonríen y se buscan la mirada ¡para la carcajada! Ahora las dos, juntas, intentan entrar en calor.

Pasa el tiempo y dejo pasar el tiempo, encuentro que tan solo busco tal inutilidad. Quiero entrar en calor pero me temo que todo será en vano. La lozas parecen estremecerse y expiran una niebla densa que anuncian abundancia. Da miedo, pero todo lo que da miedo es privilegiado, próximo a desampararse del existir como el espía enemigo que inmediatamente deja de ser una amenaza en cuanto se le descubre y se le interroga. Solo ha sido un susto, algo impopular.

El sobresalto desfila ya lejano y la mano que no escribe se percata que su calefactor pereció en la metamorfosis. La que escribe, desesperada, intenta garabatear con precipitación, excesiva en mi opinión, como si con eso revolucionara mi cuerpo y accionara los dispositivos de alarma que ayudasen a la mano que no escribe.

Ella escribe y escribe, sin más baila y abusa del tachado. Yo parezco epiléptico.

La mano que no escribe ahora se refugia en una braga la cual misteriosamente no había recordado su corporalidad, atrincherada en mí mochila, hasta el momento de pedir aquel apoyo al sistema corporal. Todo inconsciente, por supuesto.

Lo que ahora importa es que la mano que no escribe se sienta acogida en el interior de la braga. La otra la avista con envidia, pero… ¡envidia sana! ¡porque son hermanas gemelas! ¡y ella la quiere tanto! Ella, escribiendo este manifiesto de amor hacía la otra puede seguir entrando en calor. El amor es hermosísimo.

La mano que escribe ya se está preocupando porque el tiempo avanza y parece que no lo haga. Nada cambia. El frío sobrevive. Ninguna condición ha sido mejorada.

Acaece lo temido por las manos, lo inevitable desde mi punto de vista. La mano que escribe se para. Esa mano ya no escribe, es sólo mano. Toda desarmada se plantea las consecuencias: “abandonar las armas supone la decepción del rey, del usuario corporal,” ¿de mi?. “No había opción pero eso no era suficiente. Ahora su majestad debería encontrar una nueva ocupación pues él quiso hacer algo y quiso valerse de sus manos pero éstas no cumplieron con el voto de confianza del honorable Dios.” ¿Yo?.

Él las perdona. Es justo y hacía frío.

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