
El Sistema Solar parecería estar envuelto en una hipotética capa formada por billones de cuerpos (compuestos por hielo, metano, etano, CO, HCN y roca) cuya masa se estimaría como equivalente a 5 planetas Tierra. Esta membrana exterior, llamada Nube de Oort, definiría la última frontera de nuestro sistema estelar y el inicio en rigor del espacio interestelar.
Para llegar hasta la Nube de Oort deberíamos viajar ¡a la velocidad de la luz durante un año (está a 10.000 veces la distancia)! ¡y es que se encuentra a solamente 1/4 de la estrella más cercana al Sol (Próxima Centauri)!
Podríamos decir que hasta esa región se notarían los efectos de la gravedad de nuestra Sol. No obstante, su poder sobre estos cuerpos sería extremadamente débil, haciendo que fueran inestables y muchos salieran o bien disparados hacia el espacio interestelar, como sondas espaciales errantes, o bien como cometas hacia el interior del Sistema Solar (como el cometa Halley).
Debido a esta fragilidad gravitacional son interesantes los hipotéticos efectos de fuerzas de marea sobre la forma de la Nube de Oort. De la misma manera que la masa de la Luna deforma el agua de nuestros mares y océanos, lo mismo pasaría con la Vía Láctea, nuestra galaxia, la cual deformaría la Nube de Oort. Así pues, esta capa exterior sería extremadamente sensible a las perturbaciones gravitatorias de fenómenos interestelares como por ejemplo cuando el Sistema Solar transita cerca de otras estrellas. Sí, estamos acostumbrados a pensar las estrellas como puntos fijos pero no es más que una percepción incorrecta fruto de nuestra fugacidad.
Un último dato hipotético sobre esta sutil interacción de la Nube de Oort con el más allá interestellar es cuando el Sistema Solar, en su vuelta alrededor al centro de la Galaxia, transita por los brazos espirales de la Vía Láctea (lugar donde explotan más supernovas de lo normal) lo cual podría hacer que las perturbaciones (de estas superexplosiones) recibidas por la nube de Oort aumentasen periódicamente la cantidad de cometas enviados hacia el interior del Sistema Solar, explicando así cíclicas extinciones por impacto catastrófico.
