¿Somos culpables de…? En consulta me suelo encontrar con personas atormentadas por la culpa, responsables de cosas que no deberían. Cargan en sus hombros el terrible peso de la existencia. Parece que tienen complejo de dioses. Pero no, sois humanos, muy a vuestro pesar.
Sigue leyendoÉtica
El odio y el poder del amor
La inmensa mayoría, cada uno en su medida y según su disposición, siente odio por algo o por alguien, al menos en algunos momentos o situaciones de la vida. Este odio es uno de los síntomas de nuestra imperfección y puede identificarse, sobretodo, con el pecado de la ira.
¿Se puede odiar justificadamente? Según las circunstancias, parece ser que sí. Sin embargo, el ego, entendido como nuestro yo orgulloso y colmado de pecados, que parece que justamente tiene su derecho a reivindicarse, impide comprender algo subyacente.
Aquel que es malo, que odia, que transmite maldad, que busca el daño de los demás, padece en sí mismo el peor de los males: el infierno interior.
Historia de la sexualidad según Michel Foucault
Título: Historia de la sexualidad. El uso de los placeres
Autor: Michel Foucault
Editorial: Siglo XXI
Año de edición: 2005
Ciudad: Madrid
Nº de páginas: 281
…………………
Resumir un libro de Michel Foucault, a mi juicio, no es tarea sencilla dado su estilo, profundidad y cantidad de fuentes manejadas. Este libro, el último importante que escribió, describe en qué ámbitos -en qué prácticas y qué instituciones- de la antigua Grecia y la etapa posterior (marcada por la moral cristiana), se problematizó –concepto metodológico clave en el autor- la sexualidad. Estos ámbitos son tres: 1) Dietética, 2) Económica y 3) Erótica. Los nombres, de primeras, son un poco confusos. Dicho fácil: 1) en el ámbito del cuerpo, 2) del matrimonio y 3) de los muchachos. Foucault lanza algunas preguntas que serán el motor del libro:
“¿Por qué fue ahí, a propósito del cuerpo, de la esposa de los muchachos y de la verdad, donde la práctica de los placeres se convirtió en un problema? ¿Por qué la interferencia de la actividad sexual en estas relaciones se volvió objetivo de inquietud, de debate y de reflexión? ¿Por qué estos ejes de la experiencia cotidiana dieron lugar a un pensamiento que buscaba la rarefacción del comportamiento sexual, su moderación, su formalización y la definición de un estilo austero en la práctica de los placeres? ¿Cómo fue que se reflexionó acerca del comportamiento sexual, en la medida en que implicaba estos distintos tipos de relaciones, como ámbito de experiencia moral?”
Muestras de amor y amistad en los animales
Este post no quiere ser sensacionalista y es muy importante que quede bien claro. Me siento obligado a presentar este escrito como algo completamente excepcional dentro de este blog porque no puedo evitar vivir estas palabras como algo profundamente personal. Y es que dos valores fundamentales inspiran mi vida: la sabiduría y el amor. La sabiduría me eleva, me ayuda a comprender la unidad de la existencia. Pero es el amor el que me da el impulso para aceptar la multiplicidad que está por todas partes, para aceptar la realidad tal como es con todas sus debilidades e imperfecciones, para aceptar lo que hay de particular en cada momento, y para querer compartirla…
¿Qué es la maldad?
Con este post querría reflexionar sobre la maldad. Para ello presentaré un marco conceptual que contemple otras cualidades éticas como la cooperación, el egoísmo y el altruismo.
Comúnmente hablamos de maldad –que alguien es malo- cuando se hace daño al otro, cuando se perjudica. ¿No diríamos algo parecido del egoísmo (de alguien que es egoísta)? ¿Entonces qué diferencia hay? ¿No es propio del egoísta que no le importe perjudicar a los otros?
Por el contrario, cuando hablamos de bondad –de hacer el bien– suponemos lo contrario, es decir, imaginamos el caso en el que alguien beneficia al otro. Nuevamente encontramos preguntas al plantear qué diferencias y qué similitudes hay entre la bondad y algo que parece ser lo mismo: el altruismo.
Reflexiones acerca de nuestro cerebro, el inconsciente y la intuición
¿Y qué consecuencias tendría aceptar esta doble especialización de nuestro cerebro? Apartar nuestra mirada de toda esta problemática parece ser un grave error. La gélida ciencia la hace el científico pero a éste lo hace la gélida y fogosa naturaleza. El mundo del inconsciente es una realidad que perfila y determina nuestra vida. El terreno de investigación es, por lo menos, interesante y, por lo más, misterioso. Y eso no es todo, puesto que indirectamente interesa a la propia ciencia en la medida que gran parte de ideas que, al ser verificadas científicamente, generaron importantes cambios de paradigma, resultaron ser fruto de intuiciones que inspiraron brillantes hipótesis.
El mal del odio
(Este post puede entenderse mejor en el marco del post que enlazo a continuación: http://wp.me/pIkeR-1V)
Se puede decir que todos somos malos (o imperfectos) en cuanto que todos nacemos bajo el estigma del pecado original, desafiados por el reto de no necesitar nada y ser perfectos.
La inmensa mayoría, cada uno en su medida y según su disposición, siente odio por algo o por alguien, al menos en algunos momentos o situaciones de la vida. Este odio es uno de los síntomas de nuestra imperfección y puede identificarse, sobretodo, con el pecado de la ira.
¿Se puede odiar justificadamente? Según las circunstancias, parece ser que sí. Sin embargo, el ego, entendido como nuestro yo orgulloso y colmado de pecados, que parece que justamente tiene su derecho a reivindicarse, impide comprender algo subyacente.
Véanse las consecuencias que esto tiene para contemplar el ser:
Aquel que es malo, que odia, que transmite maldad, que busca el daño de los demás, padece en sí mismo el peor de los males: el infierno interior.
Conscientemente, esto se entiende como un estado anímico de malestar grave y, a un mismo tiempo, agudo. Es un profundo sentimiento de insatisfacción e inarmonía consigo mismo y con el entorno. Inconscientemente, esto se entiende como lo que ocultamente decide por nosotros. Esto compromete al yo pues representa un impedimento para afrontar libremente las ocupaciones del alma.
De la misma forma: el descontrol, el nulo conocimiento de mis miedos, mis caprichos, mis límites, mi incapacidad para adaptarme al cambio, a lo inesperado y a lo imposible, hacen de mí un ser que no es, un ser superficial no liberado del ego que exilia mi verdadero ser. De hecho, mi falta de capacidad de transformación es mi estancamiento y, en muchas ocasiones, es mi fuente de odio para y hacia los demás.
Jalaud Din Rumi escribió en el Masnavi un capítulo titulado Hasta que el hombre no destruye el “ego” no es un verdadero amigo de Dios y dice así:
Una vez un hombre llegó y llamó a la puerta de su amigo.
Su amigo dijo, “¿Quién eres, Oh fiel?”
Él dijo, “Soy yo”. Su amigo respondió, “No hay admisión.
No hay lugar para el “crudo” en mi fiesta bien cocida.
¡Nada sino el fuego de la separación y la ausencia
puede cocer al crudo y librarle de la hipocresía!
Puesto que tu “ego” aún no te ha dejado
debes arder en feroces llamas.”
El pobre hombre se alejó, y durante todo un año
viajó ardiendo de dolor por la ausencia de su amigo.
Su corazón ardió hasta que estuvo cocido; entonces regresó
y se acercó a la casa de su amigo.
Llamó a la puerta con miedo y turbación
de que alguna palabra descuidada pudiera caer de sus labios.
Su amigo gritó, “¿Quién está en la puerta?”
Él respondió: “¡Eres Tú quien está en la puerta, Oh Amado!”
El amigo dijo: “Puesto que éste soy yo, déjame entrar,
no hay lugar para dos “Yos” en una casa.”
El poder del amor
El amor juega un papel clave a la hora de pretender comprender -y ayudar- al odioso. Compadecerse de alguien así estando uno mismo en condiciones tan débiles, como causa la susceptibilidad de abrirse de corazón, es complicado si el ego está por el medio porque, por éste, se tiende a pensar en uno mismo y no en la desgracia del odioso.
El amor permite adentrarse en el otro, percibiendo su angustia, su infierno. Esto no significa que el otro quiera nuestro amor. El amor permite conocer al otro, en la medida de lo posible, por lo que sensorialmente puede percibirse, ya sea a través de los sentidos (sus gestos, su olor, su voz rasgada, sus rasgos), ya sea a través de la antipatía que inspira o de sus palabras destructoras, etc.
Esto, logrado con amor incondicional, permite sintonizar con el odioso. Dedico unos versos que espero que sean reflejo del fenómeno del poder del amor en relación a su acceso transparente al ser. La situación es la siguiente: El filántropo junto al odioso. El filántropo se introduce en -o deja que se introduzca en él- el ser interior e infernal del odioso y llora, profundamente desesperado, la desgracia de su acompañante -el odioso- quien, entretanto, no deja de asaetar al buen filántropo con burlas hostiles, crueles, buscando así su mal.. Y así el filántropo expresa, en primera persona, su experiencia:
.
Lloro por su desgracia,
no dejo de derramar lágrimas,
de pena, de compasión.
La tragedia vivida por mis sentidos y mi entendimiento
es vista por el odioso
como la muestra de su triunfo.
Y ante ello se jacta. Porque ha ganado la guerra.
Sin embargo, algo arruina sus carcajadas.
Lloro y,
desde mi amor,
hago la guerra, su guerra pírrica.
Justifico,
con máxima atención a mi interior dolorido,
mi tragedia.
Y a cada palabra jadeante,
al odiado se le añade una nueva expresión de terror.
La autocompasión que siempre se había negado,
que había sufrido, al menos,
en la más íntima soledad,
en la oscuridad y en la vergüenza,
está siendo ahora explicitada, con la sinceridad más indudable,
con la elocuencia más cegadora.
Estos últimos versos muestran un ejemplo del poder del amor y es totalmente extrapolable a cualquier objeto que quiera conocerse. Intuitivamente puede concluirse que mientras hay amor hay acceso al ser y, por lo tanto, saber[1]. En mi opinión, el amor hace al sabio infinitamente poderoso y ello produce importantísimas transformaciones[2] por derredor suyo y no sólo en su pensamiento.
Por supuesto, todo esto supone recorrer un camino angosto que empieza en la propia cotidianidad. En este entorno, un atento examen de uno mismo desvela enseguida la cantidad de imperfecciones a ir trabajando con sabiduría, paciencia y predisposición a aprender de los errores. Que por cierto, imperfecciones que nos parecerán no tener mucha importancia. He aquí la dificultad y la soledad del camino.
Y quiero concluir este trabajo con un relato de Gibran titulado El astrónomo:
A la sombra de un templo, mi amigo y yo vimos a un ciego sentado solo. Mi amigo dijo:
-Mira ahí al hombre más sabio de nuestro país.
Dejé a mi amigo y me aproximé al ciego, lo saludé y conversamos. Después de un tiempo le dije:
-Perdona mi pregunta, pero ¿desde cuándo eres ciego?
Respondió:
-Desde mi nacimiento.
Dije:
-¿Qué sendero has recorrido para llegar a la sabiduría?
Me respondió:
-Soy astrónomo.-Puso la mano en el pecho y agregó-: Observo todos esos soles, y lunas y estrellas.
[1] De hecho hay estudios científicos en los que se han mostrado indicios de que cuando se ama nuestro cerebro funciona utilizando más su potencial con lo que aumentan las capacidades cognitivas.
[2] No en el sentido de Karl Marx sino en el sentido de que cuando cambiamos, el mundo lo hace con nosotros.
Petropo, el elefante explorador
Era una vez un elefante llamado Petropo de orejas tan grandes como Dumbo. Petropo era del color del mar y hablaba el idioma de los elefantes de la selva. Su voz era más suave y profunda que el ronquido de una ballena.
Gracias a sus grandes orejas, Petropo podía volar como un pájaro. Y como él era tan voluminoso y robusto, las águilas y los halcones no podían atacarle, así que no tenía miedo de nada. Era el rey de los cielos.
Petropo, durante años, había volado por todo el mundo.
Ningún animal sino sólo él había visto las doce montañas más altas del mundo, ni oído los oleajes de los cinco grandes océanos.
Jamás un solo animal había comido y saboreado exóticos frutos como la piña, el coco, el kiwi o las fresas; ni olido flores como las gardenias, las rosas, los claveles, los geranios o las margaritas.
Petropo, ahora ya anciano, era el animal más sabio de la selva.
Todos los seres vivos del mundo iban a ver a Petropo para preguntarle cosas como cómo curarse una pata rota, cómo evitar ser mordido por serpientes, cómo construir un nido más grande, cómo encontrar los alimentos preferidos…. A cambio de la ayuda de Petropo, era habitual que los animales trajeran alimentos y todo tipo de regalos.
Petropo tenía una casa dentro del tronco de una secuoya de cinco mil años y tan alta como un rascacielos. Siempre se sentaba en su trono de madera en lo alto de una de las anchas ramas del árbol y así podía ver todos los animales desde arriba.
Era un mediodía cualquiera de verano, la selva estaba tan llena de árboles que la calurosa luz del sol no llegaba al suelo. Los pájaros cantaban bonitas canciones y se respiraba un aroma muy agradable. Delante de la casa de Petropo había una larga cola de animales: dos cebras, ocho búfalos, tres leones, cinco hienas, un cocodrilo, doce halcones, una rana, muchas hormigas, tres grillos y a lo lejos… Petropo pudo ver dos animales que nunca había visto. Eran dos hermosísimas niñas con cuerpo de pez. Después de dos horas, cuando les llegó su turno ante el trono de Petropo, una de las niñas con cuerpo de pez dijo:
-Somos dos princesas de los mares. Yo soy la princesa Irina, del Reino de Neptuno, y ella es Aina, mi hermana, princesa del Reino de Sémele.
-Bienvenidas, yo soy Petropo, el sabio de la selva. Veo que sois medio humanas medio peces. ¿Queréis saber cómo solucionar los problemas de los peces?
-No – contestó la princesa Aina- nosotras…
Pero Petropo interrumpió a Aina y se apresuró a decir:
-¿Entonces queréis saber cómo solucionar los problemas de los humanos?
-No, tampoco, señor Petropo. Nuestros problemas son diferen…
Pero Petropo volvió a interrumpir a la princesa Aina y durante segundos, minutos y luego horas estuvo preguntando si tenían problemas en los ojos con la sal del mar, o con algunos temibles tiburones, o con los peligrosos pescadores, o en el colegio, o con sus amigos… Petropo estuvo así preguntando durante dos días acerca de los problemas típicos de los peces y los humanos. Constantemente, las princesas Irina y Aina intentaban hablar pero Petropo no las escuchaba. Petropo, acostumbrado a ver a un animal y saber qué le pasaba, no podía reconocer que no sabía qué problemas podían tener aquellas princesas.
Petropo, al final, ya a punto de desmayarse por el cansancio, les dijo enfadado:
-Y entonces, si no tenéis los problemas de un pez ni los de un ser humano… ¡No tenéis ningún problema! ¡Así que podéis marcharos!
Antes de que Aina e Irina se marcharan totalmente frustradas, la princesa Irina hizo un último comentario:
-Nos vamos, no porque no puedas resolver nuestros problemas sino porque no te has fijado que somos algo más que medio peces y medio humanas, somos la unión de estas dos partes: ¡somos sirenas!
Petropo, al escuchar esas palabras, se avergonzó profundamente y les dijo:
-¡Oh! ¡Lo siento mucho! ¡He sido tozudo y orgulloso! ¡Tenía que haberos preguntado y escuchado! Lo que he hecho ha sido tan inútil como querer solucionar los problemas de la arena mojada solucionando por separado los problemas del agua, por un lado, y los problemas de la arena seca, por otro. Pero… ¡La arena mojada siempre será algo más! ¡Con ella se pueden hacer magníficos castillos de arena! En cambio, con el agua sola no se puede y con la arena seca tampoco…
Y así, Petropo, volviendo a ser el explorador que había sido de joven, y esta vez sin tener que volar, miró y escuchó con atención durante horas lo que aquellas preciosas sirenas tenían que contarle y así, una vez que comprendió qué les pasaba, pudo ayudarlas gracias a su inmensa experiencia.
Las princesas Aina e Irina se marcharon a sus Reinos más felices que nunca y, antes de su partida, regalaron a Petropo un collar de perlas de nácar y un tesoro de un barco hundido. A partir de ese día, Petropo dejó de pensar que ya lo sabía todo y volvió a observar y escuchar a los animales. Así, durante años y años, aprendió muchas cosas nuevas que jamás hubiera imaginado y siempre mantuvo cariñosamente en el re
cuerdo el día que las princesas Irina y Aina visitaron su morada y le ayudaron a volver a ser lo que había sido siempre: un explorador.
La libertad entendida como liberación
Sabiduría, liberación de la cabeza.
Amor, liberación del corazón.
Belleza, liberación de los sentidos.
Rito, liberación del acto
(Lanza del Vasto)
Esta temática es tan abstracta que cuando la concretamos, nos encontramos con concepciones casi contrarias. En mi caso, me refiero a la libertad como la búsqueda de liberación de aquella parte de uno mismo que impide llegar a ser lo que uno es en potencia. Según se pueda más o se pueda menos hablamos de más libertad o menos. Es, por un lado, el poder aprovechar más y mejor nuestras posibilidades (determinadas de antemano por las facultades del ser humano y nuestra individualidad) y, por otro lado, el podernos adaptar a las circunstancias, lo que nos hace más o menos libres.
En mi opinión, defendería que la libertad:
1. Presupone que la naturaleza ha “determinado” al ser humano para que pueda autodeterminarse.
2. Nace en el ser humano de la unión de, al menos, seis desarrollos:
– El desarrollo del conocimiento. Básicamente se trata de adquirir información sobre el mundo natural y cultural así como sus bases epistemológicas. Supone un conocimiento teórico y técnico adquirido en instituciones que garanticen la calidad de dicha información. La importancia de este desarrollo se basa también en tener conocimientos políticamente correctos.
– El desarrollo de la atención sobre lo que ocurre alrededor nuestro, lo que puede llamarse desarrollo de la consciencia. Ampliar/ expandir el diámetro y la calidad de observación y atención supone estar en unas condiciones ventajosas respecto a aquel que sólo observa lo que le pasa a un palmo y medio. Estar en una situación u otra dependerá de la fijación por uno mismo. Para mí la libertad nace con la consciencia y ésta la relaciono con la libertad porque permite recibir sin tener que reaccionar instintivamente. La consciencia permite recibir y objetivizar en mayor o en menor medida. Este relativismo es el que permite grados de libertad.
– El desarrollo del entendimiento, entendido éste como quien interioriza lo que observa y lo relaciona con otras realidades interiorizadas, desarrollando así en el interior de uno mismo una estructura capaz de captar la estructura exterior. Esto es algo así como que interiorizo el triángulo y una vez conseguido esto puedo optar por comprender todos los triángulos con los que me encuentre en mi vida diaria. Tener muchas experiencias diferentes y comprendidas por la consciencia ¿Permiten a este sujeto tener más posibilidades para comprender lo que le sucede, deducir y anticiparse a lo que pasará, pudiendo así adaptarse más adecuadamente a las circunstancias?
– El desarrollo de la intuición, entendida ésta como nuestra relación con la realidad a través de nuestro fondo inconsciente, lo que involucra todo tipo de deseos, instintos, necesidades, creencias, miedos, etc. Se trataría de educar el inconsciente para poder confiar en él, para poder poner el “piloto automático” sin temer sufrir serios accidentes.
– El desarrollo de la razón, entendida ésta como la capacidad para pensar bien, lógicamente, jerárquicamente (diferenciando niveles), para analizar, criticar y así poder estructurar y reestructurar nuestro mundo interno (mundo de relaciones de ideas). [1]
– El desarrollo de la paz interior y el amor. Para poder relacionarse adecuadamente al entorno es necesario que uno mismo esté abierto al entorno. Es necesario estar neutro, vacío, para que el exterior entre lo más puro posible y así uno pueda empatizar. Si el entorno es la nota si bemol y yo tengo ruido en mi interior u otra nota en mi interior, el entorno pasará me desapercibido o confundido con mi propio estado. No obstante, también podría concebirse que yo formara parte de una melodía cósmica y aportara una nota en el momento adecuado de esta partitura cósmica. En este caso debería atender al resto de la orquestra para evitar ser disonante. [2]
Como puede verse, cuando menciono la consciencia hablo de aquello que permite dejar en suspensión, sin urgencia (como sobretodo sí ocurre con los instintos y las pasiones), un determinado contenido, sin que éste tenga que determinar forzosamente ninguna acción. Esto sólo es posible, creo, con cierta paz interior. La libertad depende, pues, de poseer una consciencia de la que somos conscientes (autoconsciencia), la cual, es la que permite observarnos y juzgarnos. Un autojuicio desvinculado de nuestros miedos y nuestro ego (o lo que sea) juzgará, mediante la razón o mero sentido común, que nuestro modo de sentir, pensar o hacer, no es el modo más apropiado para relacionarse con lo que nos rodea.
0.1. Ejemplos
– El incendio. Tenemos a dos sujetos (A y B) en un local en el que se produce un incendio. Imaginemos que el sujeto A tiene mayor capacidad para atender a lo que acontece alrededor suyo: conoce las salidas de emergencia y sabe cómo actúa el fuego. El sujeto B no tiene estas presuntas ventajas. ¿Quién tiene más opciones? ¿Quién tenderá a ponerse histérico y quién tenderá a mantener la serenidad? En mi opinión, el sujeto A puede controlar la situación y se adaptaría mejor a ésta. Así pues, esto le permitiría optar por lo que el sujeto B no tendría oportunidad.
– El agresivo autómata. Si soy consciente de que tengo una agresividad interior que no sé canalizar y que me corroe por dentro, entonces tenderé, con toda seguridad, a cometer una agresión a alguien cercano, incluso amado. Si yo desconozco mis pasiones y mis posibles reacciones, entonces no seré libre sino que estaré sometido al determinismo. En cambio, ante la misma situación, pero con autoconocimiento, podré tomar medidas adecuadas para evitar ser víctima de mis impulsos.
– El poder del amor. El amor permite adentrarse en el otro, incluso en el odioso, percibiendo su angustia, su infierno. Permite conocerlo, en la medida de lo posible, por lo que sensorialmente puede percibirse, ya sea a través de los sentidos (sus gestos, su olor, su voz rasgada, sus rasgos), ya sea a través de la antipatía que inspira o de sus palabras destructoras.
Este adentrarse, logrado con amor incondicional, permite sintonizar con el odioso, aquel que es malo, que odia, que transmite maldad, que busca el daño de los demás y padece en sí mismo el peor de los males: el infierno interior.. A continuación, escribo unos versos que espero que sean reflejo del fenómeno del poder del amor en relación a su acceso transparente a su entorno. La situación es la siguiente: El filántropo junto al odioso. El filántropo se introduce en(o deja que se introduzca en él) el ser interior e infernal del odioso y llora, profundamente desesperado, la desgracia de su acompañante (el odioso) quien, entretanto, no deja de asaetar al buen filántropo con burlas hostiles, crueles, buscando así su mal.. Y así el filántropo expresa, en primera persona, su experiencia:
Lloro por su desgracia,
no dejo de derramar lágrimas,
de pena, de compasión.
La tragedia vivida por mis sentidos y mi entendimiento
es vista por el odioso
como la muestra de su triunfo.
Y ante ello se jacta. Porque ha ganado la guerra.
Sin embargo, algo arruina sus carcajadas.
Lloro y,
desde mi amor,
hago la guerra, su guerra pírrica.
Justifico,
con máxima atención a mi interior dolorido,
mi tragedia.
Y a cada palabra jadeante,
al odiado se le añade una nueva expresión de terror.
La autocompasión que siempre se había negado,
que había sufrido, al menos,
en la más íntima soledad,
en la oscuridad y en la vergüenza,
está siendo ahora explicitada, con la sinceridad más indudable,
con la elocuencia más cegadora.
[1] Kant, en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, dice que la “voluntad es una especie de causalidad de los seres vivios, en cuanto que son racionales, y libertad sería la propiedad de esta causalidad, por la cual puede ser eficiente, independientemente de extrañas causas que la determinen; así como necesidad natural es la propiedad de la causalidad de todos los seres irracionales de ser determinados a la actividad por el influjo de causas extrañas. (…) La citada definición de la libertad es negativa, y por tanto, infructuosa para conocer su esencia. Pero de ella se deriva un concepto positivo de la misma que es tanto más rico y fructífero. El concepto de una causalidad lleva consigo el concepto de leyes según las cuales, por medio de algo que llamamos causa, ha de ser puesto algo, a saber: la consecuencia. De donde resulta que la libertad, aunque no es una propiedad de la voluntad, según leyes naturales, no por eso carece de ley, sino que ha de ser más bien una causalidad, según leyes, si bien de particular especie; de otro modo una voluntad libre sería un absurdo. (…) La necesidad natural era una heteronomía de las causas eficientes; pues todo efecto no era posible según ley de que alguna otra cosa determine a la causalidad la causa eficiente ¿qué puede ser, pues la libertad de la voluntad sino autonomía, esto es, propiedad de la voluntad de ser una ley para sí misma? Pero la proposición “la voluntad es, en todas las acciones, una ley de sí misma”, caracteriza tan sólo el principio de no obrar según ninguna otra máxima que la que pueda ser objeto de sí misma, como ley universal. Esta es justamente la fórmula del imperativo categórico y el principio de la moralidad; así, pues, voluntad libre y voluntad sometida a leyes morales son una y la misma cosa.”
[2] Jalaud Din Rumi escribió en el Masnavi un capítulo titulado Hasta que el hombre no destruye el “ego” no es un verdadero amigo de Dios y dice así:
<<Una vez un hombre llegó y llamó a la puerta de su amigo.
Su amigo dijo, “¿Quién eres, Oh fiel?”
Él dijo, “Soy yo”. Su amigo respondió, “No hay admisión.
No hay lugar para el crudo en mi fiesta bien cocida.
¡Nada sino el fuego de la separación y la ausencia
puede cocer al crudo y librarle de la hipocresía!
Puesto que tu ego aún no te ha dejado
debes arder en feroces llamas.”
El pobre hombre se alejó, y durante todo un año
viajó ardiendo de dolor por la ausencia de su amigo.
Su corazón ardió hasta que estuvo cocido; entonces regresó
y se acercó a la casa de su amigo.
Llamó a la puerta con miedo y turbación
de que alguna palabra descuidada pudiera caer de sus labios.
Su amigo gritó, “¿Quién está en la puerta?”
Él respondió: “¡Eres Tú quien está en la puerta, Oh Amado!”
El amigo dijo: “Puesto que éste soy yo, déjame entrar,
no hay lugar para dos Yos en una casa.”>>

