Título: Historia de la sexualidad. El uso de los placeres
Autor: Michel Foucault
Editorial: Siglo XXI
Año de edición: 2005
Ciudad: Madrid
Nº de páginas: 281
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Resumir un libro de Michel Foucault, a mi juicio, no es tarea sencilla dado su estilo, profundidad y cantidad de fuentes manejadas. Este libro, el último importante que escribió, describe en qué ámbitos -en qué prácticas y qué instituciones- de la antigua Grecia y la etapa posterior (marcada por la moral cristiana), se problematizó –concepto metodológico clave en el autor- la sexualidad. Estos ámbitos son tres: 1) Dietética, 2) Económica y 3) Erótica. Los nombres, de primeras, son un poco confusos. Dicho fácil: 1) en el ámbito del cuerpo, 2) del matrimonio y 3) de los muchachos. Foucault lanza algunas preguntas que serán el motor del libro:
“¿Por qué fue ahí, a propósito del cuerpo, de la esposa de los muchachos y de la verdad, donde la práctica de los placeres se convirtió en un problema? ¿Por qué la interferencia de la actividad sexual en estas relaciones se volvió objetivo de inquietud, de debate y de reflexión? ¿Por qué estos ejes de la experiencia cotidiana dieron lugar a un pensamiento que buscaba la rarefacción del comportamiento sexual, su moderación, su formalización y la definición de un estilo austero en la práctica de los placeres? ¿Cómo fue que se reflexionó acerca del comportamiento sexual, en la medida en que implicaba estos distintos tipos de relaciones, como ámbito de experiencia moral?”
Antes de empezar, el autor hace algunas consideraciones importantes. Primero, define lo que es la moral (diferencia el código moral -definido como la propuesta transmitida explícita o confusa- y la moralidad de los comportamientos -definida como el comportamiento real ante esta propuesta); segundo, explica lo que involucran las formas de subjetivización (prescripciones, modos de sujeción, elaboraciones de trabajos éticos y delimitación de fines); y tercero, resalta algunas claves para la investigación (como el análisis de las instituciones que promueven la primera acepción de moral y el análisis de las prácticas que manifiesta la segunda acepción).
Para entender el fenómeno de la sexualidad en la antigua Grecia, es necesario familiarizarse con las palabras que usaban. Esta es, en mi opinión, una metodología epistemológica de gran valor pues considera que las concepciones y las percepciones de la realidad están determinadas, en gran parte, por las palabras, las ideas y los conceptos que median la experiencia. Así pues, empecemos a ver su lenguaje a la vez que sus prácticas.
Primero, la palabra que mejor conceptualiza la sexualidad es aphrodisia. Esta palabra significa precisamente el conjunto de actos, de posibles experiencias sexuales. Segundo, la práctica de los placeres estaba sometida por la creencia de hacer un uso adecuado (chresis). Para poder hacer esta adecuación, los griegos hablan de enkrateia e, indirectamente, de sophrosyne, de dominio y templanza respectivamente y dicho muy simplificadamente.
Foucault, que no sólo analiza el lenguaje, faltaría más, identifica la estructura de la experiencia moral del uso de los placeres y ésta consta de cuatro dimensiones: una ontológica, otra deontológica, otra ascética y la última teleológica. La esencia, los deberes, el perfeccionamiento y la finalidad constituyen las cuatro categorías fundamentales para entender cómo los griegos experimentaban la sexualidad.
Con todo lo dicho ya puede entreverse el tipo de palabras e ideas que rodeaban la experiencia sexual en Grecia. La chresis aphrodision reflejaba la concepción de usar debidamente los placeres. Todo estaba permitido, sólo que en su justa medida. Por un lado, un uso debido de los placeres podía ser entendido al modo animal, es decir, al modo de Diógenes quien propugnaba hacer sexo en público argumentando que no es malo comer y que tampoco, por lo tanto, lo es comer en público. Por otro lado, el uso adecuado implicaba el momento adecuado, factor temporal que queda constatado en el concepto de kairos y que se aplicaba a todas las áreas de la vida. Todo tenía su momento, su justo instante. Luego, el uso de los placeres estaba fuertemente condicionado por el contexto político-social. Según si se estaba en una posición de poder, una persona tenía más responsabilidades y era su obligación tener la capacidad de resistir a la tentación de los placeres, puesto que, y esto es muy interesante, se identificaba la capacidad de control sobre uno mismo con la capacidad de control de una polis. En este punto, Foucault desarrolla extensamente la enkrateia. En su tiempo, esta palabra tenía que ver con la actitud necesaria para dominar los deseos, para poder luchar en un terreno de combate, casi iniciático, a partir del cual el hombre victorioso salía virtuoso, enriquecido y aspirando a la sophrosyne, aspirando a embellecer su alma. Más tarde, en la moral cristiana, todo esto iba a perderse y a sustituirse por la más absoluta prohibición. La idea de pecado, de castigo divino, etc. no dejaba margen a un término medio, a ninguna lucha, no había posibilidad de hacer un buen uso de los placeres, puesto que el placer era algo malo en sí.
Volviendo a Grecia, Foucault nos ofrece una extensa colección de los hábitos de autocontrol en el régimen del cuerpo, lo que Foucault llama dietética. Los ejercicios, alimentos bebidas, sueños, relaciones sexuales, etc. estaban pensados en función de la hora del día y la época del año, la edad del sujeto, el alimento tomado, el estado del cuerpo, el tiempo dormido, etc. El sentido fundamental del régimen estaba en el arte de vivir y determinaba estrictos calendarios. De esta manera, el cuidado del cuerpo tiene relación con la virtud, con el término medio. Además, el cuidado del alma mediante el canto y la música muestra la concepción de que la salud mental está estrechamente relacionada con la salud corporal. De hecho, sin fortaleza mental sería imposible adaptarse al rigor de una dieta. Foucault, en este punto, hace una interesante observación epistemológica:
“pues si el régimen tiene por objeto evitar excesos, puede haber exageración en la importancia que le acordemos y en la autonomía que se le deje».
Así pues, el autor identifica dos excesos en la realización de la dieta. Por un lado estaría el atlético, el cual se ajustaría a la dieta con rigidez, forzadamente, sin que su alma estuviese cómoda, de acuerdo, partícipe. Por otro lado, estaría el valetudinario y sería aquel que pondría un exceso de atención al cuerpo, vigilaría su estado en cada momento de su vida. Después de haber visto estos excesos, puede entenderse que para los griegos el punto medio estaría en una adaptación flexible y moderada que permitiese la expansión del alma, la utilidad y la felicidad de ésta. Para ello, el hombre debe estar al modo de un estratega, deliberando cuál es la mejor forma, el mejor momento, el lugar indicado, etc.
En consecuencia a lo constatado, puede afirmarse que es fundamental para los antiguos griegos el poder someter los deseos. Y de esta manera vuelve a aparecer la relación entre individuo y estado, puesto que la misma jerarquía que se encuentra en la polis también se encuentra en uno mismo. Y es, por ejemplo, en Platón y Aristóteles donde puede constatarse dicha tesis. Esta relación, no obstante, queda abierta a definirse pues existen diferentes fórmulas: la parte divina de uno mismo sometería a la animal, o cada parte debería liberarse de la otra, o ambas partes tendrían diferentes objetivos, etc. En este contexto aparece otro de los conceptos clave: el concepto de entrenamiento para esta lucha, la askesis. Así, el gobernante puede gobernarse y, por tanto, gobernar a los otros. Además, dicho autogobierno permite ser un hombre libre. Es curioso ver que el concepto de libertad se basa en someter y en no ser dominado, lo cual tiene consecuencias en la concepción del hombre y la mujer. Ciertamente, la moral dominante era viril. El autodominio era lo propiamente masculino. El hombre mandaba, era racional, activo. La virtud era lo masculino, por lo que una mujer si quería ser virtuosa tenía que ser masculina. No obstante, éste no era su papel. Aquellos hombres que no eran dueños de sí mismos se acusaban de femeninos, lo que no tiene nada que ver con la homosexualidad. De hecho, en el análisis de las relaciones con los muchachos se puede comprobar que no había la concepción actual del sexo con los del propio sexo o con los del otro sexo, ni conceptos de tolerancia o intolerancia. El criterio, como he dicho, era ser dueño o no de los deseos y placeres. Sin embargo, en cuanto a qué desear, lo importante era desear lo deseable, y en este sentido todo era deseable aunque lo mejor era desear lo más bello y honorable, objeto ideal de deseo que el autor no analiza.
¿Y entonces cuál era el papel de la mujer? Foucault responde a esta pregunta al analizar el matrimonio. En dicho análisis, basado sobretodo en la Económica de Jenofonte, la mujer queda reflejada como una propiedad del hombre, como la responsable de gestionar el interior hogar, aquello que el hombre trae de fuera. El hombre se ocupaba de dirigir, cultivar, aplicar técnicas, vender y comprar. El hombre, dueño de sí mismo, también es dueño de la mujer, lo cual tenía sus consecuencias en la cuestión del adulterio pues sólo se interpretaba que la mujer era adúltera. De hecho, el vínculo matrimonial reflejaba esta asimetría pues el hombre decidía con quién casarse mientras que la mujer no decidía sino lo hacía su familia. Así, la mujer era como una especie de producto que tenía que satisfacer al cliente, el hombre, dándole y criando hijos, y siendo buena ama de casa. Por supuesto, el sexo tenía su cabida en esta oferta de mercado. Nada que ver con la etapa cristiana donde el sexo estaba reservado a la reproducción, lo cual no es exactamente así pues
“es necesario guardarse de esquematizar y remitir la doctrina cristina de las relaciones conyugales a la finalidad procreadora con exclusión del placer. De hecho, la doctrina será compleja, sujeta a discusión y contemplará numerosas variantes. Pero lo que hay que recordar aquí es que la cuestión del placer en la relación conyugal, del lugar que deba dársele, de las precauciones que se deban tomar contra él, al igual que las concesiones que deban consentirse (teniendo en cuenta la debilidad del otro y su concupiscencia), constituyen un foco activo de reflexión”.
Una última reflexión ética
A partir de la contraposición entre paganismo y cristianismo intentaré hacer una doble lectura de lo que aquí hay en juego. Esta doble lectura no creo que pudiese hacerse desde Foucault pues la contraposición no es simétrica, por ello daré mi visión particular.
Ambas cosmovisiones tienen implícita una valoración ética de la sexualidad: lo «malo» (el exceso y su defecto) y lo «bueno» (lo bueno que es el sexo y el saber utilizar la abstención).
El sexo, en exceso, es malo, aunque les pese a los adictos. El defecto también, aunque les pese a los llamados puritanos. Cada tradición desarrolló, previa perdición de la neutralidad/visión de conjunto, las virtudes de profundizar en el sexo (lo que sí hizo el paganismo) y las virtudes de profundizar en la contención sexual (lo que sí hizo el cristianismo). Ambas cosmovisiones, así pues, aportan claves importantes para llegar a un equilibrado uso del sexo. No obstante, entendidas separadamente condenan al ser humano a uno de los dos extremos y ello a pesar de que, como hemos visto, en la antigua Grecia estaba arraigada la idea del término medio y el autocontrol, sin embargo la realidad era otra.
Hay tradiciones, generalmente iniciáticas, que complementan con sabiduría ambos extremos como es el caso del tantrismo (no sin generar también sus propios mitos). Estas tradiciones, una vez purgadas lo más posible, creo que pueden servir como esqueleto para relacionar la concepción de sexualidad del paganismo y el cristianismo, y así poder demostrar la total compatibilidad de ambas posturas. Y es que Apolo y Dioniso comparten padre (Zeus) aunque no madre (Leto y Sémele respectivamente y en la versión de Hesíodo en Teogonía).
En Foucault, la percepción subjetiva del sexo (más allá de discernir la estructura del proceso, etc) se limita al “deseo” y el “placer”. Creo que la cuestión del amor queda en un segundo plano. Sin embargo, esto denota una pobre percepción, una nula disertación subjetiva, una pobre educación de la percepción para discriminar todo lo que yo creo involucrado en el sexo: energía fluyendo, cuerpo conectados, músculos tensados que pasan a relajarse (y viceversa), respiración, ritmos concordantes, baile sincronizado, mucho amor, inconsciente y consciente, etc. Esta pobreza es preocupante no sólo para la vida íntima de cada uno sino para la ciencia que reduce el sexo a unos pocos conceptos subjetivos y que no entrará en detalle porque no hay garantía de intersubjetividad. Ocurre algo parecido a reducirlo todo a procesos físico-químicos.
Para acabar, aunque siga pensando que hay limitaciones culturales que intervienen en el acceso al fenómeno de la sexualidad, creo que la epistemología occidental ofrece una visión amplísima y fundamental para cualquier interesado en comprender qué es la sexualidad y qué rodea a ésta.
excelente reseña