La verdad, simplificando, es aquello que decimos/pensamos y que coincide con la realidad
Encontraríamos varias características entorno a ésta: puede ser objetiva/absoluta o subjetiva/relativa; fruto o no de un cuidado proceso de control; puede referir o no a algo que puede ser medido; o ser o no comprobada tanto su verdad como falsedad.
Confucio decía: «Saber que se sabe lo que se sabe y y lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber». No hay camino más seguro hacia el saber que el reconocer no saber algo. Esto permite saber dónde poner foco para acabar sabiendo (cada vez más) y evita llenar el hueco del no saber con cualquier basura con pretensión de certeza. Y es que no hay peor manera de abocarse a la ignorancia que ser incapaz de sostener el no saber.
Hoy comparto un escrito que realicé en el 2010 mientras estudiaba filosofía en la universidad. Era una época en la que que estaba especialmente interesado en cuestiones cósmicas y durante un par de años pude profundizar en el ámbito de la teología y metafísica, a la vez que cursaba apasionantes asignaturas en Psicología y Lingüística que me acercaron a diferentes modelos sistémicos y computacionales. Dejo abajo el escrito aunque antes quiero hacer algunas reflexiones, 10 años después, pues si lo reescribiera hoy la verdad es que intentaría ser más realista.
Para empezar pienso que un físico con una comprensión de neurólogo cósmico podría explicar mejor toda esta tesitura. De hecho, hace unos días publicaba en mis redes un interesantísimo trabajo («The Quantitative Comparison Between the Neuronal Network and the Cosmic Web» de Vazza y Feletti) en el cual precisamente un físico y un neurólogo habían hallado parecidos estructurales entre la red cósmica y la red neuronal del Sistema Nervioso.
Soy consciente del peligro de las analogías, de asumir funcionamientos idénticos en dominios diferentes. Toda mi perspectiva se basa en reglas sistémicas que van más allá de circunstancias concretas.
Por un lado, tenemos la gravedad y misteriosa materia oscura (diferente a la energía oscura y la ordinaria, la bariónica) que mantiene una red de filamentos de tamaños inconcebibles (miles de millones de años-luz) formados por miles de millones de galaxias.
Por otro lado, tenemos el sistema nervioso de los humanos, de 100 mil millones de neuronas y entre 5 y 10 veces más de células gliales (células del sistema nervioso con funciones de apoyo a la neuronas), una obra de arte excepcional de la existencia. Un milagro en un universo con tendencia a la entropía, donde el desorden parece ser el único destino. Un destino que se topa con otro destino, el del orden más exquisito: la VIDA auto-organizada, adaptativa, reproductiva, evolutiva. Vida en desarrollo de la que acabó emergiendo la conciencia humana.
Así pues, el siguiente texto explora la posibilidad de que del orden complejísimo y unificado del universo pudiera emerger una consciencia cósmica, una especie de Dios, quién sabe sin con un cuerpo tan articulable como el nuestro pero que, nosotros como meros átomos o células, no logramos concebir. Quién sabe si a esa consciencia cósmica le acompañarían otras muchas más consciencias cósmicas en sus propios territorios cósmicos, siendo ellos mismos devotos de otros sendos seres cósmicos superiores. Quién sabe si importa ir a lo más macro o más micro para comprender. Quién sabe si no estamos correteando como ratas de laboratorio sobre una rueda que no se mueve, quién sabe si Heráclito se equivocaba y siempre nos bañaremos en el mismo río, quién sabe si lo macro y lo micro -aunque no en magnitud de tiempo, espacio y otras dimensiones- son en realidad idénticos simbólica y estructuralmente. Quién sabe si somos dioses sobre dioses, todos iguales, todos eternos.
La evolución humana, durante millones de años, deja en el aire muchas cuestiones que a lo sumo podemos hipotetizar, no obstante hay una cosa muy clara y es que nuestra naturaleza consciente emerge de nuestra naturaleza inconsciente. La propia estructura del sistema nervioso, en particular, del encéfalo, refleja una evolución que innova y mejora pero que mantiene, a modo de estratos, aquellos mecanismos que funcionaron exitosamente. Y es lo que ocurre, por ejemplo, con el sistema límbico, responsable del control emocional de respuestas a sensaciones tan básicas como el hambre, el placer, la ira, el miedo, etc. La vida en sociedad hizo imprescindible tal sistema. Y es sólo un ejemplo. Con el transcurso de los cientos de miles de años, el desarrollo de la corteza cerebral permitiría el desarrollo de nuestra capacidad más imprescindible: la conciencia.
Los fanáticos espirituales se identifican -solamente- con el espíritu (lo universal). No reconocen que sean esencialmente nada más. Por otro lado, los ególatras se identifican -solamente- con lo particular (lo individual). No obstante, nuestro ser es constituido por una serie de capas, todas igualmente esenciales y sagradas.
En este nuevo vídeo reflexiono sobre algunos malentendidos entorno a la identidad del yo como es la interpretación personal de lo transpersonal (se codifica lo trascendental desde el ego). Ello tendrá importantes consecuencias en la comprensión de la reencarnación y, en general, de lo espiritual. Por último, comparto una serie de experiencias que pueden ayudar a cultivar la sensibilidad espiritual.
La experiencia espiritual, para mí, es aquello que vivimos al romper en mil pedazos a nuestra identidad egoica. Es aquello trascendental que está detrás de nuestra fugaz individualidad, una vivencia del ‘más allá’ desde el ‘más aquí’, una humilde visita al reino de lo sagrado, una experiencia de lo infinito desde la finitud de lo humano.
En el vídeo reflexiono sobre mi experiencia y relación con la espiritualidad, la soledad más profunda, de Dios y la religión, de la moralidad como algo diferente y sobre la muerte.
Con ello no deseo ofender ni crear controversias con ningún dogma. Pretendo, como mucho, ayudar a comprender lo espiritual desde una postura menos socializada (y más íntima). Mi postura particular no puede ser universalizable.
Empoderamiento masculino. Parece un absurdo, eso es lo que me preocupa. El feminismo, con la fuerza deconstruccionista del postmodernismo, ha revolucionado las estructuras que definen lo masculino y femenino. De esta manera ha desafiado las diferencias entre sexos. El concepto de “género” ha liberado a la mujer de su sexo, enriqueciendo enormemente lo que una mujer puede ser. El empoderamiento femenino ha llevado así a la mujer a la creación de estructuras sociales y morales que permiten sostener nuevas identidades y orgullos: una nueva legislación y apoyo institucional, una inmensa red de artículos, arte, libros y portavoces, una incipiente creación de círculos de mujeres y el espectacular aumento de oferta de talleres, cursos y otros servicios y productos comerciales. Este nuevo paradigma representa un suelo sólido para estas nuevas mujeres. Y como en toda revolución, el paradigma anterior está en crisis por la presión del nuevo paradigma (y las nuevas mujeres). Son momentos incómodos para mujeres y hombres del pasado que dentro del nuevo paradigma (que no está completado ni globalizado) se rodean de un mundo que clama por una nueva mirada.
El código que presentan los estudiosos del simbolismo onírico no es fruto del mero estudio analítico, sino que requiere, además, de un paciente y musical proceso de síntesis. Este código, para ser asimilado, debe aprenderse en un tempo pausado, a ritmo de rumiante, lo que choca frontalmente con el aprender acelerado tan común en muchas disciplinas académicas donde prima la cantidad de la información y no la calidad de su comprensión.