
Los valores reflejan aquello que es importante para nosotros.
Por un lado, si valoramos mucho X implícitamente estamos desvalorando a Y, el cual concebimos como su contrario. Por ejemplo, si valoro mucho la comida saludable, este valor lleva implícito mi poco aprecio a la comida rápida.
Así pues, estaríamos ante valores que excluirían y podríamos llamarlos ‘valores dicotómicos o polares’ (afirmarlos supone negar a otros).
Por otro lado, si valoramos X también podemos valorar a Y, su contrario (no necesariamente en el mismo momento y lugar). Por ejemplo, puedo valorar la comida saludable (p.e. por el valor de cuidar mi cuerpo) pero también la comida rápida (p.e. por el valor del placer, la comodidad y el precio).
En este caso el valor no excluiría sino que incluiría, y podríamos llamar a estos valores ‘multiplicadores’ (afirmarlos nos abre un multiverso ante nosotros).
Podemos ver que mientras que con los valores polares éstos son absolutos, centrales, excluyentes y dominantes, con los valores multiplicadores encontramos valores relativos, descentralizados, inclusivos y conciliadores.
Pienso que lo ideal es una estructura de valores intermedia donde los valores multiplicadores dominen pues suponen una mirada del mundo mucho más flexible, capaz de valorar lo que aporta cada cosa. De todos modos, en extremo podría ser una posición demasiado relativista o Walt Disney. Igual que los valores polares, en extremo, llevan al fanatismo y ceguera pero con moderación permiten una jerarquía inevitable (pues a veces es imposible ser tan inclusivo).
Para mí la cuestión aquí es reflexionar (deconstruir) aquello que creemos, aquello que valoramos y despreciamos y reflexionar si realmente nuestros valores son incompatibles con otros valores. ¿Es incompatible ser fuerte con ser vulnerable? ¿ser científico con ser espiritual o artístico? ¿Escuchar música punk con escuchar una ópera?
Somos nosotros los que negamos las posibilidades de la vida, somos nosotros los que decimos no a una vida que es un sí.