Siento con mucha pena que después de caminar por todo tipo de parajes indescriptibles, sacrificando mis pies y mi espalda, a los 100 km de Santiago de Compostela (distancia mínima para recibir la Compostelana), en Sarria, se incorpore una marabunta de gente totalmente insensibilizada con el espíritu del Camino.
Me encuentro con que después de caminar más de 40 km y llegar al esperadísimo albergue, éste está repleto ¡y desde hace horas!. Resulta que los turistas, encima muchas veces apoyados por vehículos, caminan apenas unos quilómetros y en seguida se albergan, siendo morar en tales refugios toda una experiencia typical of here. Al fin y al cabo tienen que hacer tiempo como sea, ¡ya se huele el botafumeiro desde ahí!.
Mientras tanto, los auténticos peregrinos se encuentran sin poder ser acogidos y son penosamente reconducidos a pabellones deportivos. Y ello mientras los intrusos se regocijan con la delicatessen de los manjares gallegos.
Eso no es todo, hace 10 años hice el mismo camino y no recordaba tan poco respeto por la naturaleza. Y es que ahora no hace falta seguir las famosas flechas amarillas para no perderse, con seguir el rastro de la porquería es suficiente. Y aún peor, eso parecen las ramblas de Barcelona, el alboroto es a veces desquiciante.
Siguen siendo muchos planeando repetir la experiencia, pero no pocos se plantean dar por finalizado el viaje a los 100 km de Santiago.