La autoconciencia según Hegel y la dialéctica del señor y el siervo

La naturaleza de la autoconciencia consiste en un doble sentido: primero, es en sí; segundo, es para sí. No acaba de ser hasta que se reconoce, hasta que es para sí mismo. Su unidad, pues puede no diferenciarse (son, a la vez, diferentes pero sincronizados dialécticamente: este es el doble sentido de lo diferenciado), se entiende en esta duplicación en el tiempo, pues son dos momentos, uno detrás del otro; y en el espacio, pues acontece un desdoblamiento que hace a la autoconciencia salirse de sí misma: “Para la autoconciencia hay otra autoconciencia; ésta se presenta fuera de sí” (Esto puede entenderse mejor si recordamos lo que Hegel explica cuando se refiere a Dios y a la creación del mundo, acontecimiento en el que Dios se proyecta para crear todo, con lo cual se niega a sí mismo).

Este proceso no dura dos momentos, es decir, no culmina, sino que su realización pasa por la infinitud. La autoconciencia consiste en esencia, por lo tanto, en ser infinita o inmediatamente indeterminada (pues por necesidad deber ser lo contrario de lo determinado en la que es puesto).

La autoconciencia se duplica en este proceso dialéctico: por necesidad requiere de una autoconciencia puesta fuera de sí como otra autoconciencia (lo que representa el primer momento) para poder reconocerse y así “se ve a sí misma en lo otro”.

Una vez llegado este momento debe seguir el proceso superándolo. “Debe tender a superar la otra esencia independientemente”. Esto es el continuo devenir heraclitáneo, el eterno retorno a sí mismo. Es un continuo salirse de sí mismo para retornar, a través de lo duplicado (lo otro), a sí mismo.

Hegel encuentra en esto el movimiento de la autoconciencia el cual tiene un doble hacer necesario, un hacer indivisible entre “un hacer de lo uno como de lo otro”.

Este movimiento que se presenta como un juego de fuerzas contrarias (cada lado se muestra como negación de “la conciencia igual a sí misma”) se da en la conciencia, como elemento medio entre opuestos determinantes de la conciencia. Por eso la conciencia en si es lo inmediatamente indeterminado.

Desde la perspectiva de los extremos, el otro (extremo opuesto a él) representa el término medio, sin toparse por el camino con la conciencia: “Cada extremos es para el otro el término medio a través del cual es mediado y unido consigo mismo”. Hegel insiste en aclarar que cada uno es en sí y para sí.

La duplicidad exige una diferencia fundamental aunque solo valorada estáticamente puesto que el continuo devenir del ser hace que recorra los dos momentos y, por lo tanto, adopte íntegramente la diferencia. Ésta es: una, lo reconocido; dos, lo que reconoce. La dialéctica del señor y el siervo representa respectivamente al reconocido y el reconocedor.

El señor, que es conciencia para sí y es, a la vez, “ser para sí que sólo es para sí por medio de otro”, el esclavo. El señor, pues, domina al esclavo y, mediante el esclavo, también domina la naturaleza, el ser independiente. El esclavo al dominar directamente la naturaleza acabará emancipándose del señor y acabará dominándolo. El señor tiende irremediablemente a un final fatal pues al haber perdido contacto con la realidad dependerá del trabajo del esclavo (proceso que culminará después de una larga evolución histórica). “(…) devendrá también, sin duda, al realizarse plenamente lo contrario de lo que de un modo inmediato es; retornará a sí como conciencia repelida sobre sí misma y se convertirá en verdadera independencia”.

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