La sociedad, un lugar hostil para la excelencia

«la sociedad espera de cada uno de sus miembros una cierta clase de conducta, mediante la imposición de innumerables y variadas normas, todas las cuales tienden a «normalizar» a sus miembros, a hacerlos actuar, a excluir la acción espontánea o el logro sobresaliente»[1]

Hannah Arendt, que entiende la acción como un acto político, como una muestra de la libertad creadora del ser humano, analiza nuestra sociedad como un espacio de vida donde se impide deliberadamente diferenciarnos de los otros. Porque no es sólo que vivamos en una estructura donde se dificulta la excelencia sino que cuando ésta emerge… se combate.

El psiquiatra José Luis González de Rivera, en su libro “Maltrato psicológico”, analiza el fenómeno de la mediocridad como uno de los causantes del maltrato al que sobresale.

El mediocre es aquel incapaz de valorar, apreciar o admirar la excelencia; y el excelente es aquel capaz de reconocer y apreciar lo bueno, notable, brillante u original, sea o no el artífice del objeto apreciado.

El esquema que propone diferencia 3 grados de mediocridad estando en el grado más alto los que padecen el síndrome de mediocridad inoperante (MIA). Según este psiquiatra, este tipo de personas están totalmente faltos de originalidad, aunque se las den de pseudocreativos (intentan aparentar y, sobretodo, procuran ser reconocidos), y se caracterizan por su agresividad contra aquel que atisba una pizca de genialidad. Estos acosadores encarnan el espíritu que llevaron a la Inquisición a cometer tantos crímenes. Y es que los ejemplos de personajes geniales que fueron atacados por ser diferentes es interminable (desde Sócrates hasta Einstein pasando por Cervantes).

Como dice el filósofo Aprile:

«La inteligencia es como la arena que se introduce en los engranajes: puede obstruir los mecanismos. El genio es subversivo no sólo porque en vez de aplicar la norma la discute, sino porque, en su actuación, bloquea el camino habitual de todo el sistema burocrático».

Por eso:

«el poder de una organización social humana es tanto más fuerte cuanto mayor es la cantidad de inteligencia que logra destruir».[2]


[1] Hannah Arendt, en “La condición humana”, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 2005

[2] «Elogio del imbécil», de Pino Aprile, Ed. Booket, Barcelona, 2006

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