Introducción
Durante una etapa de mis estudios en la Universidad fui un representante del alumnado muy comprometido con diseñar un plan de estudios que mejorara la presencia pública de los filósofos [1]. Junto a otros alumnos y profesores trabajamos para perfilar el papel profesional que podríamos ejercer los filósofos.
Una propuesta convincente fueron los estudios sociales de la ciencia y la tecnología (CTS) que un filósofo podría hacer. Un ejemplo sobre los transgénicos pulsando aquí. Mostramos con claridad y precisión que la cultura es inseparable de la ciencia y la tecnología, y que cualquier estudio que quisiera dar cuenta de lo que ocurre en el escenario mundial no podría eludir, por más que quisiera, el estudio de los entornos materiales, simbólicos, organizativos y el bioentorno, los cuales, junto a los agentes y sus prácticas, determinan el conjunto de sistemas que llamamos sistema cultural. Es decir, cada uno de estos entornos pueden ser constatados en el tiempo y el espacio: sus nacimientos, las condiciones que hicieron posibles estos nacimientos y sus posteriores desarrollos, cómo cuajaron y se expandieron más allá de su lugar de nacimiento, cómo fueron recibidas y qué nuevas circunstancias se dieron al integrarse en los sistemas en los que, de una forma u otra, fueron acogidas, etc. Los estudios en CTS observan con precisión los desplazamientos, los conflictos, los acomodamientos, las transformaciones, las reestructuraciones y las inspiraciones que surgen cuando estas innovaciones se introducen en grandes sistemas como son la cultura y los sistemas culturales. Así pues, y a partir de este conocimiento, los estudiosos en CTS tienen la oportunidad de recuperar la relevancia pública de la filosofía al destacar “las consecuencias normativas, políticas o prácticas de esta comprensión”[2]. Dado los riesgos y la gestión política actual de estas cuestiones, la intervención pública de estos especialistas nunca había sido tan apropiada y conveniente. Sigue leyendo →