Para que se produzca una auténtica revolución, la historia de la previas que triunfaron han establecido un canon que parece repetirse:
- Como requisito previo hace falta un poder político autócrata, dictatorial y abusivo sostenido por una pequeña élite de privilegiados. Una crisis económica que lleve al hambre. En nuestro mundo occidental la democracia (aunque sea falsa) y las coberturas sociales sirven de atenuante a la “indignación” del pueblo ante la crisis económica.
Se necesita una generación de filósofos, o al menos, de intelectuales comprometidos, que generen progresivamente un estado de opinión, un cambio en la ideología política, o la creación de nuevos sistemas de poder distintos al imperante.
- Se necesita una “chispa” que suele ser la represión violenta de manifestaciones pacíficas por parte de las fuerzas policiales del régimen. Los palos no son suficientes. Se necesita sangre (aunque resulte crudo decirlo), víctimas que poder convertir en “mártires” de la nueva causa (véase las actuales revoluciones del mundo islámico).
Cuando surge la revuelta popular (ya violenta) es cuando se necesitan a los líderes de acción, sin escrúpulos para llegar hasta el final (vease Robespierre, Marat. Lenin y Trosky) en la implantación de los ideales revolucionarios que formularon los filósofos.
- El final de las revoluciones es lo variable de las mismas. Casi siempre los líderes caen víctimas de su propio radicalismo y le suceden una generación de políticos pragmáticos que abandonan el radicalismo pero mantienen las ideas básicas. El segundo final es el convertir la revolución en una dictadura. De eso conocemos ejemplos suficientemente recientes.
Autor: Lope de Sosa