“Respecto a los dioses, no tengo medios de saber si existen o no, ni cuál es su forma. Me lo impiden muchas cosas: la oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida humana” Protágoras
“Inmensidad”, este es el concepto que en los últimos meses ha ido escurriéndose dentro de mí hasta lo más profundo. Ahora siento que nuevas palabras emergen como sondas exploradoras llenas de datos, como noticias de un lugar acabado de descubrir. Sinceramente, no había sentido nunca que el inconsciente pudiera extenderse hasta el infinito y que algo volviera de tan diferente tiempo y espacio.
Aprender a ser humano
Todo empezó con un retiro de una semana en un monasterio, en Poblet, a principios de Mayo de 2015, en la provincia de Tarragona, España. Una de las noches, cuando la estela del Sol todavía dejaba recordar el ocaso, agarré un par de mantas, mi mp3, cascos, libreta, bolígrafo, agua y algo de comida, dispuesto a mirar el cielo y escribir toda la noche. Así que salí de mi habitación y recorrí el largo de las murallas pedregosas. Llegué a uno de los torreones y subí por una estrechísima y oscura escalera de caracol llena de telarañas. Sólo veía lo que la linterna de mi móvil podía alumbrar. Subí hasta lo más alto, desde donde podía ver todo el monasterio: los patios, la viña, otros edificios, las montañas, el horizonte, el cielo… Hacía frío pero la baldosa del suelo conservaba el calor del día. Me acomodé lo mejor que pude, me puse la banda sonora de la película de Solaris y mis percepciones empezaron a tener también su propia banda sonora. La parte visual de la experiencia también era una obra maestra. Llevaba mucho tiempo sin ver un cielo así. Sigue leyendo