Hacer consciente nuestro inconsciente es el proceso fundamental para manifestar la individualidad (la indivisibilidad entre cuerpo, mente y espíritu); hacer consciente el inconsciente colectivo es también revelar la unidad que nos identifica con el universo entero.

La división entre la realidad y los sueños en ocasiones se puede difuminar o puede tener una demarcación arbitraria. La fusión de estos mundos oscila entre la locura y la divinidad, la alucinación y la creación mental: aquellos que viven la continuidad onírica-real son fantasmas o bodhisattvas, la diferencia es la conciencia. Sin embargo, aquellos que vivimos la fragmentación psíquica de los estados de vigilia y sueño de cualquier forma estamos sometidos a nuestro inconsciente –la porción mayor y dominante de la mente humana, que participa en la mente universal. Lo que procesa nuestra psique cuando dormimos o incluso cuando estamos despiertos pensando en algo, pero también siempre procesando información que se filtra debajo del umbral cognitivo, construye y programa nuestra personalidad: que es un compuesto. En cierta forma somos también lo que no hemos sido. Como el poeta Fernando Pesssoa viviendo en universos paralelos, seres heterónimos que se proyectan en jardines que se bifucran. O como el filósofo Robert Anton Wilson atisbó a través de la exploración psicodélica, más allá de que el término pueda sonar pretencioso, la psicología tiene una mecánica cuántica, existimos en estados superimpuestos, aquí y allá, muertos y vivos, soñando y despiertos, como aquel mítico gato de Schroedinger, o como el bit que es ceros y unos. Integrar esto, las ramas que son nuestras vidas inconscientes, que se desprenden del espíritu nodal, creo, es la alquimia del enigma existencial. El paraíso perdido, esa larga letanía humana, es ser muchos; el paraíso recobrado, es la unidad. Sigue leyendo →