El miércoles cumplo 40 años. Muchas emociones y pensamientos. También tentaciones de comportamientos propios de la crisis de los 40, como dejarme el cabello largo. Ya he recapacitado y continuaré igual. Por ahora no va a ser posible recuperar mi pelo ondulado salpicado de rizos marrones brillantes, sedosos, a veces grasientos, lo reconozco.
Una cosa que siento es que hay cosas que antes eran futuro y hoy deberían haber sido pasado y vivencias realizadas, pero no. Siempre soñé con ser bailarín, aprender artes marciales, ser físico teórico o, sobre todo, ser músico…
No puedo evitar sentir tristeza cuando voy a conciertos o, sobre todo, al conservatorio (el cual visito a menudo). Siento una nostalgia por lo que pudo haber sido.
Sé que siempre podré aprender y realizar todas estas cosas y muchas más. Pero cumplir años también te reduce la perspectiva de ese futuro lejano, también te hace elegir un camino entre los posibles, y eso de alguna manera te compromete.
La verdad es que aunque no desarrollé ciertas actividades de una forma tan profunda como hubiera querido puedo decir que las viví de alguna manera con cierto entusiasmo y, en algunos casos, sigo acumulando vivencias como aficionado, sin narcisismos competitivos, solamente disfrutando, como cuando bailo, canto o escucho música. Las artes marciales han evolucionado en el amor a lo debates.
En un mundo cada vez más diverso y plural, la noción de «sentido común» se ha vuelto cada vez más incomprensiva. Solamente tenéis que hacer el experimento y hacer a diferentes personas una misma pregunta que esperarías una respuesta de «sentido común». Por ejemplo: si ves a alguien llorando en un parque, ¿qué harías?
La cuestión aquí es que no tenemos la misma experiencia ni los mismos puntos de referencia, lo que desafía la idea de que hay una base común sobre la cual todos podemos ponernos de acuerdo. Con una libertad sin precedentes y una variedad infinita de situaciones, culturas y opciones a nuestro alcance, cada persona vive su propia realidad, construida a partir de su entorno, educación y experiencias individuales.
Esta complejidad hace que el diálogo sea más crucial que nunca. No necesariamente para llegar a una «verdad» en un sentido tradicional y que todos podamos compartir, sino para evitar malentendidos y apreciar la riqueza de nuestras diferencias. Así que en estos tiempos de pluralidad extrema, hagamos del diálogo respetuoso y abierto nuestra nueva forma de sentido común.
¿Te gustan las drogas? ¿Son tu pasión? ¿tu vida? Pues tú eres tonto.
ADVERTENCIA: 1) me refiero a excesos destructivos de drogas duras que tienen secuelas muy graves, 2) es un post emocional (hecho desde la tristeza y la rabia)
Las drogas son un puto atajo a tu felicidad, o peor, una ilusión de felicidad que juzgamos paradisíaca pero que pronto se descubre como infierno. Las drogas nos hacen caer en la mentira de la química del cerebro, la mentira de que lo psicológico está en el cerebro. Pero no, la vida psicológica está en lo que hacemos, pensamos y sentimos respecto al mundo. La vida está en establecer vínculos entre nosotros y el mundo. Pero las drogas nos hacen creer que nuestra relación con el mundo ya es muy profunda y sagrada pero no. Apesta. Con las drogas caemos en la ilusión de creer estar explorando lo profundo de nosotros y de la vida, pero no. Es pura satisfacción por una experiencia vacía, es experiencia de recompensa sin recompensa. Es como que te den un premio sin haber hecho el huevo, es como un inútil recibiendo un Nobel.
Durante la mayor parte de mi vida me he sentido completamente solo. Ayer encontraba una libreta de pensamientos de cuando era adolescente y decía:
«Canto para sentir una voz que me acompaña en esta travesía de perdición y pena Quiero que calle este silencio Esta oscuridad opaca que me angustia y me mata»
Hoy comparto un escrito que realicé en el 2010 mientras estudiaba filosofía en la universidad. Era una época en la que que estaba especialmente interesado en cuestiones cósmicas y durante un par de años pude profundizar en el ámbito de la teología y metafísica, a la vez que cursaba apasionantes asignaturas en Psicología y Lingüística que me acercaron a diferentes modelos sistémicos y computacionales. Dejo abajo el escrito aunque antes quiero hacer algunas reflexiones, 10 años después, pues si lo reescribiera hoy la verdad es que intentaría ser más realista.
Para empezar pienso que un físico con una comprensión de neurólogo cósmico podría explicar mejor toda esta tesitura. De hecho, hace unos días publicaba en mis redes un interesantísimo trabajo («The Quantitative Comparison Between the Neuronal Network and the Cosmic Web» de Vazza y Feletti) en el cual precisamente un físico y un neurólogo habían hallado parecidos estructurales entre la red cósmica y la red neuronal del Sistema Nervioso.
Soy consciente del peligro de las analogías, de asumir funcionamientos idénticos en dominios diferentes. Toda mi perspectiva se basa en reglas sistémicas que van más allá de circunstancias concretas.
Por un lado, tenemos la gravedad y misteriosa materia oscura (diferente a la energía oscura y la ordinaria, la bariónica) que mantiene una red de filamentos de tamaños inconcebibles (miles de millones de años-luz) formados por miles de millones de galaxias.
Por otro lado, tenemos el sistema nervioso de los humanos, de 100 mil millones de neuronas y entre 5 y 10 veces más de células gliales (células del sistema nervioso con funciones de apoyo a la neuronas), una obra de arte excepcional de la existencia. Un milagro en un universo con tendencia a la entropía, donde el desorden parece ser el único destino. Un destino que se topa con otro destino, el del orden más exquisito: la VIDA auto-organizada, adaptativa, reproductiva, evolutiva. Vida en desarrollo de la que acabó emergiendo la conciencia humana.
Así pues, el siguiente texto explora la posibilidad de que del orden complejísimo y unificado del universo pudiera emerger una consciencia cósmica, una especie de Dios, quién sabe sin con un cuerpo tan articulable como el nuestro pero que, nosotros como meros átomos o células, no logramos concebir. Quién sabe si a esa consciencia cósmica le acompañarían otras muchas más consciencias cósmicas en sus propios territorios cósmicos, siendo ellos mismos devotos de otros sendos seres cósmicos superiores. Quién sabe si importa ir a lo más macro o más micro para comprender. Quién sabe si no estamos correteando como ratas de laboratorio sobre una rueda que no se mueve, quién sabe si Heráclito se equivocaba y siempre nos bañaremos en el mismo río, quién sabe si lo macro y lo micro -aunque no en magnitud de tiempo, espacio y otras dimensiones- son en realidad idénticos simbólica y estructuralmente. Quién sabe si somos dioses sobre dioses, todos iguales, todos eternos.
Empoderamiento masculino. Parece un absurdo, eso es lo que me preocupa. El feminismo, con la fuerza deconstruccionista del postmodernismo, ha revolucionado las estructuras que definen lo masculino y femenino. De esta manera ha desafiado las diferencias entre sexos. El concepto de “género” ha liberado a la mujer de su sexo, enriqueciendo enormemente lo que una mujer puede ser. El empoderamiento femenino ha llevado así a la mujer a la creación de estructuras sociales y morales que permiten sostener nuevas identidades y orgullos: una nueva legislación y apoyo institucional, una inmensa red de artículos, arte, libros y portavoces, una incipiente creación de círculos de mujeres y el espectacular aumento de oferta de talleres, cursos y otros servicios y productos comerciales. Este nuevo paradigma representa un suelo sólido para estas nuevas mujeres. Y como en toda revolución, el paradigma anterior está en crisis por la presión del nuevo paradigma (y las nuevas mujeres). Son momentos incómodos para mujeres y hombres del pasado que dentro del nuevo paradigma (que no está completado ni globalizado) se rodean de un mundo que clama por una nueva mirada.
El código que presentan los estudiosos del simbolismo onírico no es fruto del mero estudio analítico, sino que requiere, además, de un paciente y musical proceso de síntesis. Este código, para ser asimilado, debe aprenderse en un tempo pausado, a ritmo de rumiante, lo que choca frontalmente con el aprender acelerado tan común en muchas disciplinas académicas donde prima la cantidad de la información y no la calidad de su comprensión.
Sabemos que “profundizar” es un verbo y que, por lo tanto, refleja una acción, algo con movimiento, muuucho movimiento… ¡Diría que movimiento para atravesar montañas! Profundizar, según mi punto de vista, supone moverse en dirección a un horizonte muy lejano donde la vista no alcanza verlo todo, donde la vista está limitada, donde todo lo que vemos se va haciendo cada vez más pequeñito hasta por fin no ver nada. El horizonte contiene muchas cosas que no se ven y profundizar diría que tiene mucho que ver con moverse por el camino de lo desconocido. Y eso, según cómo sea el camino, puede suponer no un solo movimiento y de un solo tipo, sino muchos movimientos y de muchos tipos.
Por lo tanto, pienso que profundizar es una apasionante aventura por (y hacia) lo desconocido o, para ser minuciosos, por (y hacia) lo profundo. Y utilizo la preposición “por” pues el camino es importante y utilizo “hacia” porque el objetivo también lo es.
Después de la interesantísima reunión con unos amigos (Moli, Alberto y Joan), he llegado a algunas reflexiones (apuntadas aquí inconexamente) y preguntas que me gustaría compartir. Si alguien quiere matizar, añadir o desarrollar algo, mejor!
1. Lo inesperado
Es cierto que el humor absurdo, sádico o políticamente incorrecto cumple con este punto, es decir, se da la experiencia de lo inesperado.
Lo inesperado suele suponer conectar cosas que estaban -aparentemente- inconexas. Y ello es rompedor. Aquí también entran los tópicos. ¿Cómo se manejan algunos tipos de humor con los tópicos a la vez que eliminan prejuicios?
Curiosamente, muchos humoristas comunican con aparente seriedad. Pero claro, cuando el humorista habla en serio es más difícil prevenir cuándo dirá algo divertido.