No sé por qué pero hoy me he levantado dispuesto a publicar algunos escritos de mi juventud. Antes me apasionaba escribir ciencia ficción.
El siguiente texto lo escribí con 14 años y en catalán (se titulaba «Mal d’orella… i de cap»). Con él gané un tercer puesto en los juegos florales de ese año y de mi categoría. Más tarde también lo utilicé para mi novela Newterrics como otro ejemplo de «newpass».
Nada me podía detener, o era lo que yo creía. Estaba dispuesto a que, fuera como fuer,a mi vida cambiara radicalmente. Este deseo de cambio inmediato lo había causado mi situación social por el sólo hecho de ser negro lo cual por ello ya perdía la mitad de mis derechos. Yo era catalán pero de descendencia africana, o sea, un negro. Por eso intentaba aliviar mi presencia molesta por mucha gente tiñiéndome de rubio el cabello. Y si añadía unas lentillas de ojos azules creaba una sensación agradable y un aire bastante occidental. Al menos me libraba de muchas miradas desafiantes y peligrosas que había provocado la xenofobia y el racismo, el único problema que quedaba por solucionar en el mundo. Sin embargo, laboralmente estaba bastante bien situado y la vida me había tratado bien, pero yo aspiraba a nuevas experiencias, a nuevas sensaciones y sobre todo lo que realmente buscaba era mi definitiva aceptación social.
Hoy, a mediados del 2999 dC, se celebraba la verbena de San Juan la cual había cambiado un poco respecto a la edad contemporánea. Cuando te cuentan por primera vez el nuevo tipo de celebración, la primera impresión es de decepción, pero una vez vivida la experiencia, la respetas de verdad. Ahora participaba toda España y consistía en que todo el país, menos Barcelona, a las doce en punto de la noche, todo español gritaba con toda el alma, y la gracia era sentir desde Barcelona la voz de España, impresionante. Esto reemplazaba, de paliza, la celebración con petardos y cohetes. La verdad es que no me importaba nada esta fiesta ya que para mí sólo era una noche de terremotos causados por las ondas sonoras de todos los españoles; molesto…
Yo, como he dicho, quería que hoy fuera un día especial. Para empezar llegaba tarde a la cita con mi novia. Así lo único que cambiaría sería mi situación amorosa y no era precisamente lo que buscaba. Aquel asqueroso tráfico, a pocos meses de llegar al tercer milenio y aún seguían los fastidiosos atascos, tenía la tentación de hacer una tontería con la aeronave o coche, dicho vulgarmente. Cuando ya me cansaba de esperar, me di cuenta que los semáforos estaban completamente paralizados, que habían cortado toda la Diagonal de lado a lado y también todos los niveles. Esto ya era demasiado, ahora no se podía pasar ni por encima y yo, pobre de mí, necesitaba ir al otro lado. Mi primera reacción fue de una rabia incontrolable, pero me lo rependé y creí que era más importante llegar tarde pero de una sola pieza. La verdad es que hoy no era precisamente un buen día para cortar aquella calle tan inmensa. La gente la usaba muchísimo ya que la Diagonal llegaba hasta la periferia de Madrid y hoy toda la gente que quisiera oír a las doce los gritos provenientes de fuera de Barcelona tendrían que coger la Diagonal para llegar a tiempo. Aquella espera empezaba verdaderamente a inquietarme profundamente, el estar en suspensión sin moverse me desesperaba. Finalmente desconecté el piloto automático y di un volantazo hasta adentrarme hacia la parte baja de la Gran Vía donde el tráfico era abundante y ordenado. A gran velocidad pasaba por encima de los coches hasta llegar a la Plaza Tetuán donde me esperaba un coche patrulla de la guardia civil. La policia, como siempre, tocando las narices.Era la hora de cambiar de rumbo. Hacia arriba hasta seiscientos metros y rumbo hacia la Diagonal. No me dejaría atrapar. No paraba de oír sirenas y la molesta voz del megáfono del coche que decía que me detuviera o me metería en problemas, típico en el día de hoy. Ya estaba en medio de la Diagonal, estaba toda desierta como era de esperar ya que la habían cortado, pero ahora me preguntaba, ¿cuál era el motivo? En ese momento pararon las sirenas y también aquella voz amenazadora que se paró y cambió a radio. Era extraño, daba miedo esa soledad tan absoluta, parecía que todo había quedado en off. Aparqué para dar una vuelta a pie e inspeccionar aquella calle que ni mucho menos parecía la Diagonal. Ahora caminaba sobre un suelo asfaltado y no sobre las placas convencionales magnetizadas. Para caminar ahora tenía que hacerlo al estilo antiguo, o sea, haciendo fuerza en las piernas. Con veintitrés tres años que tenía y era la primera vez que utilizaba los músculos de las piernas ya que con las botas nucleares e inteligentes siempre hacía todo lo que quería sin esforzarme, pero ahora, por algún motivo, no funcionaban. A los tres pasos encontré en el suelo una pegatina con un logotipo que me parecía conocido. Lo dejé estar. Al volver al coche encontré un hombre muerto en el asiento trasero. Tenía miedo. Algo me decía que me acercara y le quitara la capucha negra que le tapaba la cabeza. Así hice y con la terrorífica sorpresa de encontrarme a mí mismo muerto. Me alejé corriendo hacia … no sé dónde. Cuando me di cuenta de que corriendo así estaba haciendo el idiota, me detuve y después de recuperar el aliento me inspeccioné energéticamente a mí mismo hasta encontrar mi enciclopedia móvil universal, un aparato muy práctico y fácil de utilizar, ólo debía poner el dedo gordo en el único botón que había y pensar en lo que quería saber. Pensé en el logotipo y a continuación salió a la pantallita la respuesta. Qué día … ¡era de la NASA!
¿Qué hacían? Ahora después de colonizar Marte se dedicaban a cortar calles y dejar clones muertos en los asientos traseros de los coches. A mí esta idea no me hacía ninguna gracia. En menos de veinte minutos había cambiado mi vida y estaba en medio de algún experimento extraño de la empresa que controlaba el mundo. De lejos pude ver mi coche volando por los aires hasta el punto de perderlo de vista. Yo, asustado y confuso por la explosión intenté salir de la Diagonal, pero con sorpresa me encontré con que Barcelona había desaparecido. Sólo quedaba la pegatina, yo y un coche que en ese momento estaría pasando la estratosfera. Era una sensación de soledad muy exagerada, un pequeño cuerpo en medio del infinito diría yo. Qué podía hacer sino caminar hacia el horizonte donde se veía una incomprensible y espectacular imagen. En el horizonte se distinguía un mar, el cielo, unas nubes, unas montañas, ciudades, planetas, estrellas, e incluso un gigante llorón. Paranoica la escena. Y ahora, para rematar, estaba caminado sobre un cielo azul con un tono rojo. Pero lo peor fue cuando me encontré, de pronto, en medio de alguna ciudad, seguramente de Japón, ya que había carteles electrónicos por todas partes con signos característicos de la cultura oriental y, además se veía densamente poblado, la gente me miraba con mala cara, como si fuera molesto para ellos. No les hice caso. Pero faltaba algo raro … ¡la tecnología! Era muy primitiva similar a la de finales del segundo milenio, época en la que hubo aquella catástrofe inexplicada que era, es y será el gran misterio de la humanidad. Yo, tenía la oportunidad de encontrar la gran respuesta. Estaba en el pasado. Por todas partes podía encontrar adornos de fin de año. De repente se oscureció el cielo. No creo que faltara mucho por la desgracia. ¡Ay! lo que pasaría aquí.
Empezaron a sonar las sirenas de la calle, era muy desagradable, incluso añoraba las sirenas de la guardia civil. En el horizonte vi el causante de aquel desastre que tan mal hizo en la historia de la humanidad. No sé cómo describir lo que veía, solo veía un horizonte de edificios saltando sin motivo aparente, pero aquel horizonte que siempre había sido lejano, se acercaba, y no precisamente poco a poco. Todosel mundo empezó a correr gritando, otros estaban paralizados, incluido algunos inconscientes en el suelo. Yo era de los que corría haciendo el imbécil y gritando como un loco. Reflexioné: Si estaban derrumbando todos los edificios era porque la base del edificio se había totalmente destrozado y la única imagen del causante que se me ocurrió fue la de una hoja de acero con una extensión inimaginable viniendo hacia aquí, una imagen nada agradable para mi gusto. Sin pensar intenté buscar un terreno sin ningún edificio alrededor, para evitar que me cayesen sobre mí las miles de toneladas de cemento que danzaban por doquier. También intenté buscar un sótano para que la hoja de acero no me enganchara. Pero yo pedía demasiado, estaba en medio de una metrópolis gigante y los japoneses aprovechaban hasta el espacio entre dos átomos. ¡Atrapado!. El horizonte ya estaba aquí y no había ninguna escapatoria. Sólo quería que hoy fuera un día especial, no quería que cambiara así mi vida, quería volver con mi coche y mi tráfico lento de siempre, cómo podía haber llegado hasta aquí, ¡cómo!. Me sentía indefenso e inútil como un cachorro. Aquella noche oscura sería el escenario de mi muerte. Ya estaba aquí, tenía razón sobre la hoja, pero era de un color amarillento, como el oro. Se acercaba y de repente se frenó, poco a poco, pero sin dejar de avanzar, ni de cortar edificios. Había una inscripción grabada en la hoja, no la veía, cuando empezaba a diferenciar que aquello era un logotipo, de repente, todo desapareció y volví a la Diagonal moderna.
Estaba salvado. Directamente, cogí el coche intacto por la explosión y sin rastro del fallecido. No sé que había hecho para que tuviera estas extrañas y desagradables visiones. Y a toda velocidad, sin mirar a ninguna parte de la Diagonal, me dirigí hacia aquella simpática calle que me conduciría a la salida. Y al final me fui de aquella maldita calle. No entendía nada sobre lo que me había sucedido, ni el muerto, ni el viaje al pasado, ni lo que pintaba la NASA, ni nada. A cambio tenía la gran respuesta o era lo que yo creía, pero había valido la pena. No fui a la cita y me acosté hasta el día siguiente, y tampoco me quedé a escuchar España. Tampoco me molesté saber, mediante la enciclopedia, qué logotipo era el de la hoja de oro. Seguramente por miedo a la verdad. Me preguntaba qué sentido tenía aquel viaje, qué mensaje quería transmitir. En todo caso, mañana sería otro día. Espero.
……………………..
Quizás tenía 16 años cuando escribí una hipótesis que me pareció lógica y que a continuación reproduzco:
Imagina una civilización de seres humanos, la cual evoluciona de manera diferente a la nuestra por motivos morales y éticos. Evolucionan en cuestión global de manera geométrica. Consiguen colonizar una, dos, y hasta tres Galaxias. Poseen una tecnología insospechada. Pero llegan a un punto donde padecen un estancamiento total, el cual no se impresiona ante tal tremenda inercia. La ciencia más avanzada se halla impotente delante de un problema no material, sino más bien moral, moral solamente determinada por el entorno social, cultural e histórico que ciertamente no eran las adecuadas. Es tal la desesperación que todo desemboca a una solución que evidentemente viola toda ética.
Acontece el periodo denominado “estancamiento crónico”. Los mandatarios, mediante sus discursos llenos de retórica, consiguen tirar adelante la solución final: la fundación de un planeta hecha a medida (mediante terraformación), en el cual se repitiese la historia de la propia civilización, la evolución del ser humano desde cero, tal como fue en realidad. Los mismos acontecimientos científicos, sociales, políticos, culturales, etc. De nuevo el descubrimiento de las leyes de la gravedad, la máquina de vapor, el átomo, el psicoanálisis, el imperio romano, la bomba atómica. Todos vuelven a nacer, eso sí, en manos de otra madre.
La historia se repite en escenario diferente, pero esta vez ellos dominan el cuándo de estos acontecimientos (mediante «newpass»), ellos deciden cuando dar la señal de camino libre para avanzar, pues necesitan analizar poco a poco, si es esa la moral adecuada que con tanta desesperación buscan.
Para conseguir esto, adaptan nuestro todo de manera perfecta para su manipulación. Aquí entraría la manipulación de las mismas leyes naturales, no todas por supuesto, pues sería un problema en cuanto nuestra forma de ver las cosas, y por lo tanto inútil por los propósitos de aquéllos. Una parte inofensiva de nuestra moral también habría sido modificada, adaptándose a una forma de pensar que evitaba la facilidad de provocar una posible, y por lo tanto hostil, evolución. La sensación innata de ver las cosas difíciles de conseguir fue una propiedad muy eficiente que nos fue otorgada.
También, el entorno físico era relativamente modificado para conseguir el aire contradictorio a la posible evolución, pues en múltiples momentos de la historia, era el entorno físico, el cual motivaba el cambio, por lo tanto esto alude a que nuestra Tierra posee en cierta manera la misma apariencia física que la Tierra original. Eso sí, como he dicho, sólo la apariencia.
Ellos elegían cuando dar a conocer a Copérnico la realidad sobre la situación de la Tierra respecto el Universo, ellos elegían cuando introducir la teoría de evolución de Darwin, ellos elegían estos tremendos cambios de mentalidad del mundo, sólo ellos.
Un aspecto delatador y convincente sobre esta hipótesis sería la siguiente argumentación: hasta finales del siglo XV, a pesar de los griegos, no se convenció a la población mundial de que la Tierra no era plana con un horizonte que finalizaba en una cascada gigantesca, sino que era esférica. Hasta que fue irrefutable no se aceptó y la religión tuvo que aceptarlo, a pesar de contradecir sus dogmas más elementales. La gente empezó a encontrar explicaciones en aquellos barcos que ascendían de las profundidades. Las sombras de la Tierra que se podían contemplar en la Luna eran explicadas.
A pesar de esto, la religión fue más convincente. Pero lo podría haber sido mas la Luna. En ella, los antiguos se paraban a pensar, y de ella sacaban conclusiones. Yo he seguido los mismos pasos, y he visto la luna víctima de terratransformación, pues no me creo que sea una casualidad la velocidad de movimiento de rotación, pues coincide de tal manera que vemos siempre exactamente la misma cara de la Luna, haciendo que no podamos deducir que es esférica, ya que si rotase, esto ya se habría solucionado miles de años atrás y hubiéramos tenido, desde el principio una mentalidad que temporalmente no les interesaba a los otros. Cuando estos quisieron, fabricaron la idea del “viaje arriesgado” que el señor Cristóbal Colón realizaría poco despues.
Con esto, supongo que en la Tierra original, la religión no existió tal como aquí la conocemos, pues aquí ha provocado este control evolutivo y ha marcado un modo de hacer las cosas que refleja egoísmo y materialismo. Rezo por una Tierra que conociera la felicidad producida por el saber y no por la riqueza material. Claro que eso no es posible, en el caso de que estemos repitiendo la historia. Esto significa (y me contradigo con lo inmediatamente dicho) que también existieron religiones, pues hemos padecido guerras santas.
Todo es cuestión de esperar el momento adecuado, en el cual, extraerán la solución de la cabeza del afortunado. Pero entonces, ¿conocen nuestros pensamientos? ¿Soy una amenaza? ¿Ellos han querido que yo lo sepa? ¿Por qué? ¿Podría estar solucionado el problema y por lo tanto, estar nuestro mundo abandonado?.
Respecto a esta idea hay una película que se parece:
……….
Sobre esta idea, cuando tenía 16 años, escribí una novela de ciencia-ficción totalmente incompleta: Newterrics. Los newterrics son una raza extraterrestre que sufrió dicho estancamiento y la Tierra fue su experimentación. Este es un fragmento:
Apenas reconocí en la sala de mandos treinta personas; todos mis asistentes. Una vez habiendo navegado con ángeles y cruzado olimpos, tuve el honor de dar paso al “newpass”, es decir, dejar paso a crear un nuevo contexto, una nueva moral, una nueva raza de hombres, con posibilidades potencialmente esperanzadoras. No obstante, este “newpass” entraba en la generación máximamente catastrófica. Mucha gente padecería. Triste decirlo.
Anuncié:
-Estimados newterrics, como distinguís en vuestras pantallas, sujeto en mi mano derecha lo que dará paso a nuevas oportunidades para nuestra raza, así que tengamos presentes sus elocuentes consecuencias (no era la palabra adecuada…). Sin más, doy la bienvenida al caos.
Y una vez vocalicé la ultima consonante, pude activar el “newpass”.
Conservar la fe era imposible. 3103 D.C
Newpass
Tanto dejé de pulsar el maldito aparato, el cielo se tornó rojizo y el aire adoptó una densidad desmesurada. Me noté violento, noté que simpatizaba con el mundo.
“Gravedad artificial activada. Entrada del núcleo en estado de descomposición en 30 segundos”
-¡Quiero verlo! ¡Necesito verlo!-grité insolentemente.
-Haga el favor de callar. Esta previsto que usted se encuentre presente.
-¿De qué modo?
-Una cámara newterric será testigo de los hechos. Ella mantendrá un vinculo neuronal con su conciencia. Disfrute del espectáculo.
-Usted me comprende, lady Siwe. Se lo agradezco.
De pronto pasaron los 30 segundos ya avisados y sentí que todo mi cuerpo se evaporizaba con suavidad y de alguna manera quedaba colgando del universo con caballerosidad, sin animo de nada, arrimándome tímidamente a la gloria. Pero antes de que me diese tiempo a curiosear pude reencárname como en un pájaro. En efecto, mis ojos eran los binóculos de la cámara Newterric, como se me había prometido. Me encontraba en disposición de presenciar el newpass.
Los hechos estaban claros; el núcleo de la Tierra había sido succionado de su interior. El núcleo de nuestro invento -la Tierra- había sido trasladado junto la luna, adaptándose a la orbita. Condenado núcleo.
Todo había sido dispuesto. Cara a la población todo pretexto había sido compensado. Se había dado a conocer este suceso al mundo seis meses antes. Habíamos introducido este conocimiento a unos científicos dublinenses de la misma manera que introducimos la teoría del geocentrismo a Copérnico. No existía la discrepancia. Lo habíamos situado científicamente como un hecho puramente cíclico. Era perfecto.
Las consecuencias eran evidentes: el mundo al revés. Gravedad inducida por el suelo: insuficiente. Toda masa terrestre seguía tendiendo como centro de gravedad al núcleo, eso no cambiaria, pero su nueva localización provocaría el caos.
Orbitando el núcleo alrededor de la tierra (o viceversa) comportaba una marea onírica, anárquica y suficientemente dispuesta a marginar al reposo. Lo estático era inaceptable. El espectáculo era impresionante, no existía punto de orientación a tener en cuenta. Todo lo propiamente prescindible al perfil de la tierra era victima de caída libre hacia el cielo. El Atlántico, que desde la distancia se acercaba como una onda radioactiva y que ofendida se perdía en el espacio; montañas que con el tiempo perdieron la base firme ya sea por el paso de ríos internos, como de la rotura a causa de terremotos. Ciudades enteras seguidas de membranas de magma de extensión continental. Incluso fortuitos paracaidistas que vieron saboteada su complacencia mientras maldecían tener tiempo. Lo dicho, era todo un espectáculo en medio de una polvareda.
Todavía existían determinadas zonas del planeta que ignoraban los efectos. Es este el caso de los que se encontraban situados perpendicularmente opuestos en el planeta al núcleo. Sin embargo, con el paso del tiempo (teniendo en cuenta que una vuelta completa del núcleo alrededor de la tierra era equivalente al tiempo de translación de la tierra alrededor el sol) estos se sentirían empujados como si Dios hiciese palanca con tal paciencia que fuese necesario hacer estimaciones periódicas para establecer resultados destacables.
…………………
Este último texto lo escribí todavía más joven. 14 años tal vez. Pertenece a una novela que mezclaba lo policiaco con la ciencia-ficción. Por supuesto, está inacabada.
DAVID DANGIROLLE
Mientras doblaba la ropa y la ordenaba en la dolorida maleta, mi esposa e improvisada compañera de trabajo se arreglaba para ir de gala a la fiesta del aniversario del presidente de BIOROBOTICS, el doctor Norman Manson, quien cumplía cincuenta años. Este señor era el autor de grandes matanzas al experimentar con seres humanos y era ese el motivo de nuestra visita, pues éramos policías actuando como agentes secretos.
Norman Manson descubrió y desarrolló una nueva ciencia emanada de la genética y la neurología: La psicopolítica.
Según las investigaciones, mediante un inaudito desarrollo de la genética, podía concebir seres humanos mentalmente perfectos, pero además podía determinar el tipo de personalidad que quería para sus superhombres Sin duda se decidiría por el arte de tener razón, por la capacidad de manipular a la gente con cierta facilidad y éxito provechoso. Por eso la denominaba: inteligencia política.
El doctor quería presentarse para presidente en las inminentes elecciones, pues poseía su gran ventaja: esta ciencia, aun no reconocida parecía obedecer dos misteriosos y recónditos axiomas: Primero, la utilización del designado “lenguaje subconsciente” mediante un repetidor de tecnología punta al que lo denominaban los creadores como “ultrasondas”. Y segundo, la estrategia política mediante los superhombres, los cuales se encargaban de calcular, entre trillones de trillones de posibilidades, un discurso perfecto que se adaptaba a los mensajes bombardeados a los subconscientes.
Juntos formaban una eficiente simbiosis que daba como resultado un éxito totalmente rotundo, sin lagunas de ningún tipo.
Ahora no tendría rival, serían unas votaciones, desde su punto de vista, perfectas, solo le votarían a él. Pero para eso tenían que concluir las investigaciones, pues actualmente se encontraban en curso, a escasos días para el triunfo. Sí, era cuestión de tiempo.
-¿Estás ya?- me preguntó Ayta mientras yo apreciaba su vestido- ¿Qué tal estoy?
– Eres la espía más guapa de la Interpole.
– Entonces hago buena pareja con el detective más guapo del FBI.
Salimos del hotel y nos dirigimos, con mi antiguo pero seguro automóvil de combustión interna, directos a las afueras de Ciudad de México dónde se hallaba la mansión del doctor. Estaba nervioso y por eso decidí no dar la libertad a mis pensamientos, en efecto decidí no abrir la boca en todo el viaje. Quería pensar, necesitaba pensar, pero sólo.
En plena noche de invierno, el climatizador no era suficiente, con un simple smoking pasaba mucho frío pero más pasaba Ayta con aquel ceñido vestido hormonalmente tan cándido.
Cuando quedaban escasos kilómetros para llegar, encontramos un gran atasco que se extendía en cientos de metros. Por instinto humano empecé a tocar el claxon con la escasa esperanza de que se animara eso, pero la respuesta se agarraba en algún rincón dónde yo no podía arrancarla. Me ignoraban, nadie me sacó por la ventanilla la mano mientras me señalizaban la luna, con mucho estilo, con el dedo anular, ni me bramaron todo tipo de insultos como toda especie humana. Esta gente era de otra raza. Por eso aproveché para meterme con ellos, porque tenía ganas de escaramuza viciosa, pues hacía mucho que no pegaba a nadie, ya que últimamente era yo el que salía recibiendo.
Busqué una víctima, con ansia escogí al conductor del coche de enfrente, el cual, con su traje de cien mil créditos, permanecía fuera de la aeronave mirando al cielo. Me planté a su lado.
– ¿Se puede saber porque se ha parado teniendo una aeronave?. -pregunté con agresividad y es que el tener razón era lo que menos le convenía al hombre. Él gozaba de la seguridad de poder responder ante atascos como ese, podía evitarlos, sin embargo quería participar democráticamente en todo aquel barullo. Como si fuera un placer.
Ciertamente nunca me habían ignorado de tal manera y por eso, le propiné un puñetazo que me sintió a gloria. Ayta me recomendó inmutada que le dejara y que mirase al cielo. La ignoré. El señor se levantó como si nada, siempre mirando el cielo, y eso me dio más coraje, por eso le regalé otro puñetazo por si había olvidado su significado.
Este ya fue decisivo, pues cayó medio inconsciente y me sentí orgulloso. Había ganado.
– Quieres mirar de una vez el cielo- chilló con desesperación Ayta.
Así lo hice y no encontré nada.
– Detrás de ti, cazurro.
Nunca la había visto de esa manera, por eso obedecí y me encontré con una simple y vieja luna. Y la gran sorpresa fue que iba acompañada de una pequeña bola de fuego, y por supuesto no era el Sol sino una… ¡maldita bola de fuego!. Me quedé embobado con la escena mientras que alguien me estiraba, metros y metros, el brazo derecho.
– Entra en el coche, rápido, es un asteroide.
Me pasé todo el viaje de vuelta a la gran ciudad mirando la bola de fuego mientras Ayta esquivaba las múltiples naves aparcadas en improvisados carriles de la macroautopista. Eso la enojaba demasiado para que pudiera conducir con tranquilidad y llegó a darme más miedo que el propio asteroide. La conocía como a nadie.
A duras penas llegamos al hotel y rápidamente subimos, yo me dejaba llevar por Ayta, que era la más interesada en aquel asunto, o quizás lo parecía por fuera. Entramos y encendió el ordenador, dónde daban el especial noticias. Un asteroide de ciento cincuenta kilómetros de diámetro se dirigía a la Tierra y en tres meses chocaría con consecuencias fatales, este se encontraba entre Marte y el cinturón de asteroides. Ella se puso a llorar y yo me puse a dormir hasta el día siguiente.
A la mañana siguiente cuando desperté, después de haber pasado una agradable noche, me encontré a Ayta mirando las noticias mientras se mordía las uñas, entonces recordé aquel asteroide amenazador y no se me ocurrió nada más que:
– Deja de morderte las uñas que se te deformaran los dedos.
Ella, como decepcionada me confesó:
– No lo esperaba de ti, parece que no te interese.
– ¿Quieres que te explique el porqué de mi tranquilidad?
– No, claro que no. Porque me vas a demostrar la inutilidad del preocuparse, pues no se consigue nada: o me intentaras calmar diciendo que los máximos representantes del planeta están llevando a cabo un magnifico plan.
– Nada de eso, Ayta. Te lo diré de todas formas. Como sabes, estudié astrofísica.
– ¿Y?- pregunto con impertinencia -. Fueron dos cursos y te echaron.
– Para mí, dos fueron suficientes para entender el mundo del espacio exterior. Y tengo la oportuna noticia de que poseo un plan efectivo contra ese asteroide.- Ayta no se sorprendió, ya que no confiaba mucho en mis conocimientos. Yo continué – esta noche, mientras dormías, llamé al Pentágono y expliqué mi teoría muy por encima- ellos en un primer momento dudaron, hasta me atribuyeron el apelativo de incoherente, pero más tarde me invitaron a visitar su departamento de Guerra. Para que veas como la gente cambia de opinión.
Ayta se puso a llorar de alegría y me susurró entre la respiración silbante.
– ¿De verdad? No me lo puedo creer. ¡Tu!- gritó señalándome- Cuanto siento no haber confiado en ti. ¡Y dime!- dejo de llorar y me preguntó con una gran sonrisa que dejaba a descubierto sus blancos dientes- ¿De qué trata el plan?.
– Ya lo verás, puesto que estarás presente.
Un monumental todoterreno nos transportó hasta el aeropuerto, y de allí, directo al helipuerto del mismísimo Pentágono, en un trayecto el cual no nos dirigieron una sola mirada, sólo órdenes con las palabras justas. El helicóptero aterrizó y nos guiaron dos soldados, armados y seguramente también traumatizados por el meteorito, hasta el interior de aquella fortaleza. Al final llegamos a una sala inmensa donde la mesa sinuosa era la única cosa destacable. Nos sentamos, mejor dicho nos obligaron y los dos soldados se retiraron dejándonos a Ayta y a mí abandonados. No tuvimos mas remedio que esperar.
– Tengo miedo- me confesó Ayta- ¿Y tú?
– En absoluto, ¿Tener miedo a qué?
– La desesperación extrema en la que se hallaran para llegar al punto de permitir que, sin quererte ofender, la entrada de que simples civiles sin ningún tipo de experiencia sobre el campo, recomienden, opinen o aporten soluciones en una situación tan tensa y comprometida. Esto explica que carecen de planes.
– Pero Ayta, no has pensado que quizá mi método sea efectivo.
– Sí claro, pero ellos disponen de los mejores especialistas y tú ni acabaste la carrera.
– Será porqué mi método es sencillamente sencillo. Eso sí, desmesuradamente alocado.
La puerta principal se abrió y detrás de ella apareció un desfile de personas bien uniformadas cargadas de medallas, eran grandes autoridades. Quizás sí estaban desesperados.
– Soy el General Marcus Akage. ¿Es usted David Dangirolle?
– Si- respondí con miedo al ver que el asunto era verdaderamente crítico.
– Exponga, por favor, su teoría. ¿Qué hacemos con el asteroide?
Sesenta orejas prestaron atención. Odiaba hablar delante de tanta gente, pero cogí confianza y me lancé.
– Todos estáis de acuerdo que un meteorito de tales magnitudes no puede ser ni destruido, ni tan solo desviado a causa del tamaño y velocidad de desplazamiento del asteroide.- ahora, tan pronto, venía mi primer punto cumbre.- Por lo tanto no lo tocaremos, pues solamente puede ser esquivado.
Las sesenta orejas cambiaron a treinta susurros. Respirando el aire crítico de la sala continué, pero fui interrumpido por aquel general que empezaba a cogerle una considerable apatía.
– Es ridículo. Usted no habló por teléfono de todo eso, dijo…
– No me interrumpa, sé lo que dije.
– Muchacho, no sabe con quien se anda.
– Con una multitud de desesperados. Sean respetuosos y háganme el favor de callar. Como he dicho, esquivar sería la solución, pero ¿cómo?, Para eso estoy aquí. En mis escasos estudios sobre este campo traté las primordiales y conocidas leyes de Kepler.
Interrumpieron de nuevo, esta vez fue un hombre que llevaba una bata blanca.
– Conocemos perfectamente las leyes sobre el movimiento de los planetas alrededor del sol, ¿no cree que se desvía de asunto?
– Al contrario. Escuchen con atención: La primera ley de Kepler establece que los planetas describen órbitas elípticas, en uno de cuyos focos se halla el Sol.
>>Bien, sigamos. La segunda afirma que las áreas barridas por el rayo vector que une el centro del Sol con el centro de un planeta son proporcionales a los tiempos empleados en barrerlas.
>> Y la última ley establece que los cuadrados de los tiempos empleados por los planetas en su movimiento de revolución sideral son proporcionales a los cubos de los semiejes mayores de sus órbitas.
– Gracias por recordarnos lo inolvidable. ¿Y ahora que?
– Ahora, si nos paramos a analizar la segunda.
– Explica la interrelación entre la masa, distancia, y velocidad de los planetas respecto al Sol- interrumpió el mismo científico.- ahorremos tiempo, por favor.
– Doctor Tegh, cállese y escuche.- ordenó el general.
– Gracias. Ahora pregunto: ¿Porque la velocidad de traslación de la Tierra es la que es?
– Simple, porque la fuerza centrípeta que provoca la poderosa gravedad del Sol, tiene que ser compensada por la fuerza centrifuga, en este caso la velocidad de traslación.
– ¿I si esta fuera más lenta?
– Si la velocidad de traslación fuera más lenta, la Tierra sería atraída y tragada por el Sol.
– Como cabría a esperar, lo entendéis perfectamente. ¿Y si aumentara la velocidad?.
– Si aumentara, la fuerza centrífuga seria más grande que la fuerza gravitacional del Sol, provocando que la Tierra saliera de su órbita y viajara sin control alguno por las entrañas del Universo, pero no llegaría lejos, pues…
– Bien, no quiero saber lo que pasaría. Con esto planteo una tercera y, por ahora, última pregunta. ¿Cómo lograría la Tierra más velocidad, sin padecer el abandono de nuestra órbita y así obligar que el meteorito nos pasara por la espalda?
– La solución, David Dangirolle, es sencilla: Nos ha hecho perder el tiempo, todo esto es infantil para nosotros- me miraba de forma extraña, con aprensión -. Lo que quiero decir es sencillo. Es imposible. No hay manera. Para ir mas deprisa, como usted dice, para aumentar la velocidad de traslación tendría la Tierra que poseer una masa mucho inferior a la actual para así poder compensar la atracción. Y hablaríamos de una cuarta parte de la masa para así poder notar el cambio deseado.
Interrumpí con satisfacción:
– Acaba de darnos la respuesta, señor… lo siento, no me acuerdo.
– Tegh, doctor Tegh- Pude notar que resaltaba el título académico.- Por favor, no aguanto más, dígame la maldita respuesta.
– Aun no. Lo entenderéis mejor así. ¿Cuál es la masa que determina la velocidad de traslación?.
– La del Planeta, en nuestro caso la Tierra, aproximadamente de cinco mil novecientos setenta y siete billones de kilogramos.
– Aquí quería llegar. Permítame explicárselo con una sencilla analogía. Pongamos que la masa que usted consolida, es igual a “X”. Bien, ahora usted se olvida de nuestro satélite, y ella se suma a la masa total desde el punto de vista de las leyes de Kepler, pues entonces la masa que determina la velocidad de traslación es de “X” mas la masa lunar “Y”. En eso, todos estamos de acuerdo.
– Dónde quiere llegar a parar, desalmado.
– En conclusión, la solución de esta ecuación es despejar “Y”.
– ¿Pretende de que nos libremos de la Luna?- chilló
– Esa era la idea desde el principio. La Luna tiene la cuarta parte de la masa de la Tierra, ¿no? Perfecto, según usted. En estos momentos, y no neguéis, que la Tierra posee suficiente armamento atómico para destruir hasta la mismísima Tierra, y no una vez, sino hasta varias veces, según se dice. Con lo que no sería gran problema destruir o sacar de órbita un cuerpo inmóvil relativamente pequeño. Lo siento, pero el asunto es isoslayable. Tan sólo perderemos la gran inspiración de los enamorados
(Nota del autor en la actualidad: Sin la Luna estaríamos condenados…)