Para entendernos diré que la moral es un catálogo de normas acerca lo que está bien y lo que está mal. Se trata de una definición de mínimos.
El problema ahora es definir que significa “bien” y “mal”. Es verdad que todos tenemos una forma intuitiva de acercarnos a esa definición pero la mayor parte de la gente que conozco se establecería en una idea tautológica: está bien porque es bueno, agradable, placentero o porque asi lo quiere Dios. Y de ahi a pensar que si es bueno “debe ser” o “debe hacerse asi”, no hay más que un solo paso. Dicho de otra manera: la idea del bien cosechada desde el punto de vista de la intuición nos lleva de bruces al autoritarismo, a la imposición, a la prescripción religiosa y a la idea de pecado.
Pero las cosas no son lo que parecen, nunca lo son.
En este post hablé de un asunto que suele plantear Jonathan Haidt en sus conferencias, se trata de un dilema moral, el dilema del incesto entre hermanos. Alli planteaba que en ocasiones nuestra moralidad es tan burda que cuando se le plantea un dilema de esta naturaleza nos sentimos desconcertados.
Y lo estamos porque carecemos de razones racionales para condenar algo, en este caso el incesto en condiciones casi asépticas.
La segunda razón para sospechar de los criterios morales (incluyendo de los nuestros) es lo que se conoce con el nombre de la falacia moralista.
La mejor manera de definir la falacia moralista es ésta: si es bueno y deseable es verdadero aunque haya que falsear la realidad. Muchas de las ideas que sostenemos y que heredamos de la modernidad se basan en esta falacia, sobre todo aquellas que tienen que ver con el tema de la igualdad, un verdadero tabú para algunos de nuestros contemporáneos.
Hasta tal punto sucede esto que hablar de las diferencias entre cerebros sexuales se considera un ataque a la igualdad entre hombres y mujeres o entre heterosexuales y gays.
Dado que la igualdad es buena, hay que escotomizar las evidencias que se acumulan en torno a las diferencias. Esta es la falacia moralista.
Pero hay otra de sentido contrario: la falacia naturalista.
Es la que sostiene -siguiendo el anterior argumento- que dado que los humanos somos distintos lo que habria que hacer es tener dos sistemas educativos, dos sistemas de impuestos o dos sistemas sanitarios, uno para los reglados y otro para los “mutantes”.
Son falacias precisamente porque son mentiras, engaños, falseamientos de la verdad.
Si nuestros criterios morales se encuentran forjados y sostenidos por falacias -falacias que son en realidad errores cognitivos- qué podemos esperar de ellos. ¿Qué podemos esperar de nuestros criterios morales?
Basta con echar un vistazo a nuestro alrededor y contemplar el clima de corrupción de nuestro pais (sin ir más lejos) para caer en la cuenta de que no existe nada más sobornable que los criterios morales. De manera que no hay que fiarlo todo a la moral. ¿Es que España es un pais de corruptos? ¿Es que todas las personas son corruptibles?
Si, casi todas. Lo que pone en cuestión nuestra idea de la moral. ¿Como se construye el criterio moral?
Hay dos maneras de pensar la moral, la más frecuente es pensarla como un órgano del cerebro, una especie de homúnculo que vigila nuestras acciones y pensamientos y los sanciona fuertemente a través de un censor que algunos han llamado Superyó o conciencia moral. Esta idea es simplemente falsa. La moral no es un órgano, ni una función del cerebro sino un símbolo de otro símbolo (el valor de lo colectivo).
Un simbolo es la forma en que nuestra mente se representa la realidad. Pues el cerebro no sólo percibe o conoce la realidad sino que se la representa en su ausencia. Sucede siempre que se representan abstracciones como libertad, igualdad, fraternidad , patriotismo o moralidad, La moralidad no es pues una cosa, un objeto tangible sino un código de conductas razonables para convivir con nuestros semejantes.
Y aqui aparece la cuestión principal y de la que quiero dejar testimonio -desde una base evolucionista-: la moralidad emergió para controlar las conductas de los individuos concretos por parte del grupo. La moralidad es un subproducto de la sociabilidad.
No cabe ninguna duda de que los grupos humanos tuvieron que inventar un código de conducta para defenderse del egoísmo individual que es casi siempre letal para los intereses de la mayoria. El problema de robar (apropiarse de algo que no nos pertenece) no es malo porque robar sea intrínsecamente malo o raro (de hecho es previsible que suceda) sino porque despoja al propietario de un bien escaso que por su precariedad precisa trabajo a finde poderse mantener y dado que las colectividades han de protegerse contra los tramposos, acabó emitiéndose un slogan como este “no robarás”.
No se trata pues de un mandato divino o de un mandato del Superyó, no es una pulsión que se encuentre en los genes o que se herede a través de ciertas proteínas sino que se trata de un aprendizaje social que ha de hacerse “ex novo“, para proteger a la comunidad de las esperables trampas de los individuos concretos, siempre será más cómodo robar una gallina que criarla, alimentarla y guardarla.
La pregunta que preside este post tiene ya muy cercana la respuesta.
Formamos nuestro criterio moral de acuerdo con el criterio moral de nuestros coetáneos. La moral es un consenso.
Nos parece moral aquello que para la mayoria es moral y nos parece inmoral aquello que para la mayoria es inmoral. Aunque nosotros nos considerámos excepciones de estos mandatos. Nosotros nunca transgredimos la moral, son los otros. Pues la moral no emergió o evolucionó para controlar la conducta propia sino la ajena.
A la mayoría nos parece inmoral, por ejemplo la corrupción politica.
Entonces la pregunta es ésta. ¿Por qué hay tanta corrupción politica si todos estamos de acuerdo en que es intolerable?
Los ingenuos llegarán a pensar que los políticos son corruptos o psicópatas que ejercen su pulsión como el criminal en serie hace a partir de un incierto momento. Pero esta idea tampoco es cierta. La mayor parte de la gente que está en politica son como usted o como yo, no de otra pasta. Ellos se corrompen porque pueden corromperse, nosotros no podemos hacerlo porque estamos en otros lugares impermeables a las tentaciones.
Y esta es precisamente la clave de la corrupción: si se corrompen porque pueden corromperse ¿qué significa?
Pues significa que hemos construido un Estado pseudodemocrático por las prisas que en el Transición tuvieron sus agentes en terminarla y se ha construido un monstruo frankesteniano que se alimenta de sí mismo. La transición se cerró en falso y ahora estamos viviendo la contradicción de que no podemos esperar de la politica que se regenere a sí misma.
Es como esperar que las células normales del cuerpo ataquen y acaben con las células cancerosas de un determinado órgano por sí mismas.
La solución de España se encuentra en la Oncología previo paso por la Cirugía.
Lo importante ahora es señalar que la moral evoluciona, no es algo estático, no es un órgano ni una formación encefálica sino algo plástico, simbólico o intangible que admite flujos y reflujos y que precisa consensos.
En un post anterior ya conté las ideas de Kohlberg acerca de como evoluciona la moral. Lo que me parece ahora necesario es terminar este post con una idea-fuerza: la moral evoluciona en forma de consensos, sobre lo intolerable, pero no sabemos su dirección, de tal modo que es muy posible que los avances de la moral no equivalgan a una mayor libertad, cooperación o bienestar por parte de los ciudadanos. No parece que existan equivalencias entre la moralización o la desmoralización de ciertas conductas como el aborto, el animalismo o el alcoholismo. Simplemente no sabemos qué clase de sociedad prevalecerá, es por eso que la mejor explicación sobre la corrupción en nuestro pais es reconocer que no existe una tolerancia cero a estas prácticas. Simplemente el tejido colectivo aun no ha llegado a evolucionar lo suficiente para que meter la mano en la caja tenga un grado de rechazo similar al que tiene el asesinato.
Autor: Francisco Traver Torras
Fuente: https://carmesi.wordpress.com/2013/01/19/la-formacion-del-criterio-moral/